CONTAR UNA ANÉCDOTA
El ejercicio
de contar la anécdota sin que se supiera la finalidad, y luego escribir sobre
ella, ha sido una experiencia interesante.
Narré que,
rumbo al taller me vi demorada porque se había producido un incidente vial con
la consecuente discusión de los que lo protagonizaron, y el corte del tránsito
por unos minutos, hasta que apareció alguien a dar indicaciones para que
circuláramos.
Lo primero que descubrí fue la diversidad de atención, ya que cada uno escribió
sobre una faceta diferente. Algunos cambiaron el nombre del lugar, otros
interpretaron que quien descendía de la camioneta era la persona que ordenó el
tránsito, y así sucesivamente. Seguramente que yo, que fui quien contó la
anécdota, no la haya escrito tal cual la conté.
Esto me da la
pauta de que no siempre puedo escribir como hablo, ni como pienso, que tengo
que hacer un verdadero esfuerzo para poder expresar con fidelidad lo que deseo
decir. Tengo que usar mi imaginación, “ver” lo que esté en mi mente. De todos
modos no puedo captar toda la realidad de lo que acontece a mí alrededor.
Lo bueno de
la imaginación es que las cosas nunca han sido, son, ni serán como uno las
imagina; pueden ser peor o mejor, pero no igual. Así es que he decidido gozar
de mi imaginación en lugar de padecerla.
Por esto es
que he disfrutado en gran medida del ejercicio, y he comprobado mi teoría, la
posibilidad de que las personas percibamos las cosas de maneras diferentes. El
problema se presenta cuando quiero que todos vean las cosas como yo las veo,
así que de ahora en más, también disfrutaré de la diversidad.
AMI
- 2011
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