viernes, 6 de noviembre de 2020

 

Mi mundo

                En invierno, la alegría llega a mi barrio vestida con su más hermoso traje. Se hace presente en todos los jardines, colmándolos con su silencioso, misterioso y mágico color blanco.

                Los muñecos dormidos en las manos de los niños, despiertan en cada patio. Sin importar el tamaño de la nariz o el color de la bufanda, siempre sonrientes, cuidan como centinelas los sueños de mi barrio. Ellos esperan en nuestras almas para pasar una temporada entre risas y juegos.

                Las sonrisas se instalan en los rostros de todos, los ojos se encienden brillantes, como estrellas, ante tan maravillosa imagen… ¿Puede la vida ser tan hermosamente mágica?

                El aire se siente limpio y suave, invitando a tomar grandes inspiraciones y llenar los pulmones de su pureza.

                La ventana de mi casa se convierte en protagonista, desde la misma me divierto viendo a mis vecinos pasar, deslizándose con una mueca en sus rostros, porque sólo salir a comprar el pan en mi barrio es una peripecia.

                El amado sol en esta época nos acompaña por pocas horas del día, y cuando está con nosotros su presencia es suave, acariciando amistosamente el paisaje, como cuidando de no acelerar el ritmo que se impone aquí, tan al Sur.

                Salir a caminar es una aventura que se llena de coloridos gorros de lana con pompones, polainas, guantes, camperones y risitas. Las suelas de los zapatos se deslizan en el cristalino suelo, lo que hace que todos caminemos como pingüinos, con pasitos cortos y atentos.

                En la siesta, todos vamos a orillas de la ría, el estuario del rio Gallegos, donde una larga costanera permite realizar caminatas llanas. Cada uno va a su ritmo, los deportistas corren, los amigos van charlando y riendo, las parejas van tomadas de las manos, los niños van jugando, los perros corren y sociabilizan con otros perros. Largas hileras de autos van y vienen con los vidrios empañados, en ninguno falta el mate, que les va acompañando, junto a las galletitas de turno, a dar “la vuelta al perro”.

                La luz va creando postales irresistibles para las cámaras de fotos, que se instalan con largas lentes, buscando captar esa imagen que luego podrán compartirse con familiares y amigos en las redes sociales.           

                El olor a tortas fritas llega de todas las cocinas, invitando a buscar un refugio cerca de la estufa calentita, alrededor de la cual armar rompecabezas, leer, dibujar, jugar al último juego, disfrutar de esa serie o película que tantas veces hemos visto y que volvemos a ver como si fuera la primera vez.

                Las noches son largas, silenciosas y profundas. Invitan a que el mundo interior se manifieste a que la membrana que separa los mundos visibles e invisibles se vuelva más fina, permeable. Una sensibilidad tierna y juguetona se pone en manifiesto, lo esencial parece ponerse en evidencia.   

Ariadna - 2020

 

 

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