Mi mundo
En
invierno, la alegría llega a mi barrio vestida con su más hermoso traje. Se
hace presente en todos los jardines, colmándolos con su silencioso, misterioso
y mágico color blanco.
Los
muñecos dormidos en las manos de los niños, despiertan en cada patio. Sin
importar el tamaño de la nariz o el color de la bufanda, siempre sonrientes,
cuidan como centinelas los sueños de mi barrio. Ellos esperan en nuestras almas
para pasar una temporada entre risas y juegos.
Las
sonrisas se instalan en los rostros de todos, los ojos se encienden brillantes,
como estrellas, ante tan maravillosa imagen… ¿Puede la vida ser tan
hermosamente mágica?
El
aire se siente limpio y suave, invitando a tomar grandes inspiraciones y llenar
los pulmones de su pureza.
La
ventana de mi casa se convierte en protagonista, desde la misma me divierto
viendo a mis vecinos pasar, deslizándose con una mueca en sus rostros, porque
sólo salir a comprar el pan en mi barrio es una peripecia.
El
amado sol en esta época nos acompaña por pocas horas del día, y cuando está con
nosotros su presencia es suave, acariciando amistosamente el paisaje, como
cuidando de no acelerar el ritmo que se impone aquí, tan al Sur.
Salir
a caminar es una aventura que se llena de coloridos gorros de lana con
pompones, polainas, guantes, camperones y risitas. Las suelas de los zapatos se
deslizan en el cristalino suelo, lo que hace que todos caminemos como
pingüinos, con pasitos cortos y atentos.
En
la siesta, todos vamos a orillas de la ría, el estuario del rio Gallegos, donde
una larga costanera permite realizar caminatas llanas. Cada uno va a su ritmo,
los deportistas corren, los amigos van charlando y riendo, las parejas van
tomadas de las manos, los niños van jugando, los perros corren y sociabilizan con
otros perros. Largas hileras de autos van y vienen con los vidrios empañados,
en ninguno falta el mate, que les va acompañando, junto a las galletitas de
turno, a dar “la vuelta al perro”.
La
luz va creando postales irresistibles para las cámaras de fotos, que se
instalan con largas lentes, buscando captar esa imagen que luego podrán
compartirse con familiares y amigos en las redes sociales.
El
olor a tortas fritas llega de todas las cocinas, invitando a buscar un refugio
cerca de la estufa calentita, alrededor de la cual armar rompecabezas, leer,
dibujar, jugar al último juego, disfrutar de esa serie o película que tantas
veces hemos visto y que volvemos a ver como si fuera la primera vez.
Las
noches son largas, silenciosas y profundas. Invitan a que el mundo interior se
manifieste a que la membrana que separa los mundos visibles e invisibles se
vuelva más fina, permeable. Una sensibilidad tierna y juguetona se pone en
manifiesto, lo esencial parece ponerse en evidencia.
Ariadna - 2020
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