viernes, 27 de noviembre de 2020

 

TANTO VA EL CÁNTARO A LA FUENTE

“Tanto va el cántaro a la fuente, que al fin se rompe.” Hermoso refrán que se remonta a España, a esa época en la cual no existía agua corriente, ni todas las instalaciones sanitarias actuales. Inevitablemente había que ir a buscar el preciado líquido con cantaros a la fuente del pueblo. Luego almacenarla en la casa, en botijos, cantaros más grandes y esa piedra que la filtraba gota a gota y la mantenía fresca y suave.

Cuenta una leyenda que, en un pueblito llamado Águilas, en la costa de Murcia, había una jovenzuela de solo quince años, de nombre Micaela, quien se había enamorado del hijo del alfarero del pueblo, que tenía su taller, en la plaza principal y única, donde estaba la fuente llamada “la Pava de la balsa”. No pregunten por qué. En realidad, tenía la escultura de una pava en el centro, que lanzaba agua por su pico. Pero lo de la balsa, no sé el porqué.

José, ese era el nombre del joven aprendiz de alfarero, de tan solo 19 años. José, también suspiraba por Micaela, y cada vez que la veía venir a buscar agua, sentía sed y corría a la fuente a llenar su vaso. Mirada va, mirada viene, sonrisitas esbozadas.

Micaela, cuando llegaba a su casa, llenaba cuanto recipiente había en ella y si ya estaban todos llenos, preguntaba a los vecinos ancianos si necesitaban agua. Y volvía a correr presurosa a la fuente, con su cántaro en la cadera derecha.

Un día, fue tantas veces que su madre le dijo: “¿Niña para qué tanta agua? ¡Tanto va el cántaro a la fuente que terminará rompiéndose!”. Pero sus apasionados quince años no hicieron caso. Acarreó tanta agua en el cántaro, que su cadera derecha llegó a dolerle. Y José bebió tanta agua, que terminó regando los malvones con medio vaso de agua, cada vez que llegaba Micaela. Miradita va, miradita viene, sonrisitas encubiertas, los jóvenes disfrutaban el juego del agua. Hasta que otro día, Micaela, por mirar las miradas de José, tropezó con una piedra y el cántaro primero voló, para luego caer y estrellarse con fuerza sobre el empedrado. Ella, de rodillas, ante el cántaro hecho pedazos, lloró.

La madre que había observado casi todo lo acontecido, dio origen a este refrán: “Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe.”

Micaela desconsolada lloraba arrodillada. De pronto, la joven y fuerte mano de José, se acercó a la niña y con dulce voz varonil le dijo: “No llores niña hermosa, que yo te haré un nuevo cántaro, el más bello de todos los que existan, y calzará tan exacto en tus caderas como si fueran mis manos.” Y así continuó el romance del alfarero y la niña del cántaro, en aquel bello pueblito de Águilas, en torno a la fuente de “la Pava de la Balsa”.

Teresa Columna - 2020

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