BIOGRAFÍA DE
UNA MASCOTA
Una tarde de invierno, mi hija apareció en casa con una
perrita cocker, chiquita y sucia envuelta en un pullover viejo.
La dejamos en un rincón donde se acurrucó temblando, tenía
frío y quién sabe qué sentiría. Empezamos a mimarla, le buscamos comida y
abrigo y le mostramos la casa. Se adaptó rápidamente a la rutina hogareña.
Se notaba jovencita, no puedo decir su edad. Le gustaba
correr y sus orejas saltaban al ritmo de su marcha.
Muy determinada, atlética y siempre alerta, no quería estar
sola, siempre andaba enredándose entre los pies de alguien.
El primer día en el parque, caminaba tranquila y contenta
cuando vio una acequia por la que corría agua cantarina, en cuanto el agua
lamió sus pies, se desparramó entera para refrescar su pancita y su pecho
peludo.
Esto se convirtió en un ritual, en cuanto veía agua, ahí se
tiraba. Era obvio que se había criado en un ambiente agresivo, difícil; ante la
menor apariencia de peligro, tal como otro perro, o niños gritando, se lanzaba
a la primera línea de defensa, aguerrida y peticita como era, enfrentaba a sus posibles
“agresores”.
Se convirtió en mi compañera, íbamos juntas a hacer las
compras, a caminar, a mirar los pájaros y las palomas.
Creció. Le buscamos un paseador al que amaba, se subía a upa
con él y le ponía la cara contra su mejilla.
Un día hubo que castrarla, me miraba con sus ojitos de
vidrio como diciendo “¿Por qué me hacen esto?”.
Lo superó rápido y siguió con su vida equilibrada y alegre. Más
adelante llegó a la casa una gatita flaca, fea, piel y huesos. Lizy,
comprensiva y amorosa, la adoptó como hija. La gata se acurrucaba en su panza
de madrecita protectora y dormía.
¡Lizy fue nuestra salvación con la crianza de la gata!
Siempre atenta, se llevaban bien. Hasta que un día, un día muy triste, Lizy se
quedó quieta, sin comer, ni siquiera tomar agua. La vio una veterinaria, tenía
fiebre, no respiraba con fluidez para nada. No pudo ese cuerpito tan atlético
reponerse, y llorando la sacrificamos.
Quedó una noche en una caja en el jardín. La gatita miraba
la caja y me miraba a mí. Buscaba explicaciones, razones…
Así fue el fin de mi amiga Lizy. Habían pasado muchos años
sin que nos diéramos cuenta.
Con llanto y miradas gatunas se fue ese día entre mis
brazos.
CLARA MOLINA
2020
Bonito relato. Cuanto amor hay ahí
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