jueves, 29 de abril de 2021

 

BIOGRAFÍA DE UNA MASCOTA

Una tarde de invierno, mi hija apareció en casa con una perrita cocker, chiquita y sucia envuelta en un pullover viejo.

La dejamos en un rincón donde se acurrucó temblando, tenía frío y quién sabe qué sentiría. Empezamos a mimarla, le buscamos comida y abrigo y le mostramos la casa. Se adaptó rápidamente a la rutina hogareña.

Se notaba jovencita, no puedo decir su edad. Le gustaba correr y sus orejas saltaban al ritmo de su marcha.

Muy determinada, atlética y siempre alerta, no quería estar sola, siempre andaba enredándose entre los pies de alguien.

El primer día en el parque, caminaba tranquila y contenta cuando vio una acequia por la que corría agua cantarina, en cuanto el agua lamió sus pies, se desparramó entera para refrescar su pancita y su pecho peludo.

Esto se convirtió en un ritual, en cuanto veía agua, ahí se tiraba. Era obvio que se había criado en un ambiente agresivo, difícil; ante la menor apariencia de peligro, tal como otro perro, o niños gritando, se lanzaba a la primera línea de defensa, aguerrida y peticita como era, enfrentaba a sus posibles “agresores”.

Se convirtió en mi compañera, íbamos juntas a hacer las compras, a caminar, a mirar los pájaros y las palomas.

Creció. Le buscamos un paseador al que amaba, se subía a upa con él y le ponía la cara contra su mejilla.

Un día hubo que castrarla, me miraba con sus ojitos de vidrio como diciendo “¿Por qué me hacen esto?”.

Lo superó rápido y siguió con su vida equilibrada y alegre. Más adelante llegó a la casa una gatita flaca, fea, piel y huesos. Lizy, comprensiva y amorosa, la adoptó como hija. La gata se acurrucaba en su panza de madrecita protectora y dormía.

¡Lizy fue nuestra salvación con la crianza de la gata! Siempre atenta, se llevaban bien. Hasta que un día, un día muy triste, Lizy se quedó quieta, sin comer, ni siquiera tomar agua. La vio una veterinaria, tenía fiebre, no respiraba con fluidez para nada. No pudo ese cuerpito tan atlético reponerse, y llorando la sacrificamos.

Quedó una noche en una caja en el jardín. La gatita miraba la caja y me miraba a mí. Buscaba explicaciones, razones…

Así fue el fin de mi amiga Lizy. Habían pasado muchos años sin que nos diéramos cuenta.

Con llanto y miradas gatunas se fue ese día entre mis brazos.

CLARA MOLINA 2020

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