El cuento soñado
Raulito es un niño al que le
gustan mucho los cuentos, y cuando su abuelita no está para contarle o leerle,
busca alguno de los libros de su
biblioteca y se los lleva a la cama para leerlos antes de dormirse. La mayoría
de las veces su mamá debe decirle que
apague la luz y se duerma cuando va a darle el beso de las buenas noches, pues
a la mañana siguiente debe despertarse temprano para ir a la escuela.
Anoche fue una de esas noches. Ni
bien la madre de Raulito apagó la luz, Felipe, el gato mimoso de la casa se
subió a la cama y se enroscó muy cerquita del niño, al calorcito de su cuerpo y
protegido por la almohada, como hacía cada noche.
Las imágenes del cuento que había
estado leyendo aparecieron en la memoria de Raúl, y pensó lo bueno que sería
tener tantas aventuras como Peter Pan. El ronroneo de Felipe le hizo sonreír,
pues era un gato viejo y perezoso sin ninguna iniciativa que nunca lo
acompañaría a nada.
Eso creés- dijo de pronto el gato- pues yo tengo muchas más aventuras que cualquier otro gato del
vecindario, te aseguro.
¿Qué me estás diciendo? Debo estar loco, estoy… ¡Hablando con el gato!
-dijo asustado Raulito.
¡Vaya novedad! -afirmó Felipe- ¿Acaso
no lo hacés siempre? Me decís “Vení, lindo gatito, aquí está tu alimento…” o
cuando estás enojado me decís “Gato tarado, salí de en medio…”
Sí, pero nunca me has contestado, y es lo natural ¿no? –dijo
amoscado el niño.
Si vos lo decís así será –contestó el gato restándole importancia-
¿nos vamos a quedar aquí toda la noche o
vamos a salir en busca de aventuras, como corresponde a dos personajes tan
osados como nosotros?
Raulito pensó que el gato ya no
lucía como un minino casero, mañoso y viejo por añadidura, sino como un felino
lleno de energía, y eso le animó a decir: Bueno,
vamos, pero debemos regresar temprano –dijo el niño no muy convencido de su
propia propuesta.
Está bien –contestó Felipe- pero
apresurémonos porque nos va a alcanzar la salida del sol y nosotros todavía
estaremos filosofando sobre las uñas del perro. Te enseñaré, como primera
medida, las reglas de supervivencia de un buen gato.
¡Pero yo no soy un gato! -Chilló el niño.
Eso ya lo sé, ¿O creés que no me doy cuenta que sos un humano?
–Contestó airadamente el felino- Pero si
hay una especie sobre la tierra capaz de sobrevivir a la mayoría de las
situaciones de riesgo somos los gatos. ¿No sabés, acaso, que tenemos siete
vidas? Haciendo un gesto imperativo,
salió por la ventana con gran seguridad.
Raulito lo siguió tratando de no
perder el equilibrio ni dejarse vencer por el miedo. Su guía le dijo,
comenzando con la lección: El gato sale a buscar comida. Por lo tanto nosotros
saldremos de cacería. Y sin más preámbulos
se deslizó hacia abajo por el tronco de la viaja magnolia. Raulito lo siguió a
duras penas, lastimándose un poco las manos y las rodillas.
El gato
lo esperaba mirándolo, y le dijo con tono algo despectivo: Tenés que ser más ágil, porque la agilidad es imprescindible.
¿Qué emergencias pueden presentarse para
hacer tantos preparativos? ¿Acaso no viven tranquilos en las casas, donde la
gente le da leche a sus gatitos?- Dijo
Raúl con algo de ironía.
¡Muy gracioso! –exclamó el gato-
¡Pero cuidado! Siempre el perro comegatos está escondido detrás de algún árbol,
hay que ser cauteloso, porque no se sabe nunca de cuál de todos estos árboles
pueda esconderse.
Así,
caminando cautelosamente, llegaron hasta el garaje donde además del auto se
guardaban todas las cosas que no se introducían en la casa, como la podadora de
césped, las bicicletas o la angarilla; y además todas las cosas que ya no se
usaban y que, decía la abuela, algún día podrían llegar a necesitarse.
Y aquél
era el reinado de los ratones,
Raulito
se sentía incómodo con esa aventura, y en especial por el comportamiento de
Felipe, tan incómodo como para despertarse.
¡Oh, menos mal que era un sueño! ¡Me hubiera
tenido que comer un ratón, repugnante idea aun en un sueño! –dijo riendo y batiendo palmas de alegría.
AMI - 2008
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