LA TIA
ORFELINA
Era tía de mi padre, o sea, era mi tía abuela y era muy
viejita y aunque vivía en otra ciudad, siempre nos visitaba. Le gustaba cocinar
y mi madre era feliz entregándole sus ollas y así librarse de hacer la comida,
tarea que nunca fue de su agrado.
La recuerdo con un cigarrillo siempre en su boca, de vez en
cuando lo asía entre sus dedos y aspiraba, luego expulsaba una bocanada de humo
que a mí me parecía asqueroso y creo que ella lo disfrutaba. Yo la miraba
esperando el momento de ver caer la ceniza sobre las papas que ella pelaba y
que más tarde serían el puré que comeríamos; pensaba ¿qué sabor tendría la
comida con ceniza? Bien, el asunto es que para ella era de lo más común andar
todo el día con un “pucho” en su boca.
Hablaba mucho y contaba historias muy graciosas como cuando
viajó en barco en medio de una tormenta y, muy asustada, se encomendó a todos
los santos, ella, que no sabía el nombre de ninguno solo repetía: “Santos,
santitos, no dejen que naufraguemos en este barquito” lo decía con tanta gracia
y con su cigarrillo en la boca que mis hermanos y yo reíamos a carcajadas.
Mi tía abuela estaba siempre contenta y era cariñosa con todos,
sus historias eran todas verídicas, según ella, pero nadie le creía. Tenía muy
buena salud, era muy flaquita pero fuerte como nadie, viajaba sola y fumó hasta
sus últimos días de vida, que fueron muchos.
Hoy la recuerdo con mucho cariño.
Ana María Muñoz – 2022
Consigna: “Sacudiendo
el árbol genealógico”
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