Doy vida.
Todo estaba reseco, las ramas de los árboles extendían sus
brazos suplicantes pidiendo agua. La tierra crujía, gruñía y se resquebrajaba.
Una luz partió de un lejano punto en el cielo y se acercó
despacito al lugar.
A su paso esparcían gotas de un rocío brillante, rocío del
universo.
-¿Qué haces?
-Pregunté
-Doy vida- respondió
con naturalidad
-¿Cómo lo logras?
-La traigo conmigo.
La dosifico y la entrego- fue su respuesta.
- ¿Y si no te alcanza?- insistí.
- Vuelvo allí, a la fuente donde surge la energía y la
recargo.
- Quisiera verte mejor- agregué- tu luz me deslumbra ¡Es tan fuerte!
- No me mires a mí. Fíjate en lo que va quedando detrás de
mí y me verás en el reflejo de los verdes, los rosas, los celestes. Allí queda mi
rostro impreso –dijo con dulzura.
- Vas encendiendo el campo. Lo que veo son luces, luces
saltarinas que bailan ¡Parece que ríen! – comenté.
- ¡Claro que ríen! ¡Están felices porque despiertan hacia la
luz y hacia la vida una vez más! –dijo sonriendo.
- Me gustas – agregué-
¿No te quedarías aquí conmigo a contarme tus secretos?
- No puedo – farfulló- mi trabajo no termina nunca. Por
donde paso dejo mi estela y ¡Es tan vasto el Universo!
- ¿Trabajas solo? – inquirí.
- ¡No! ¿No ves toda la luz de vida que me acompaña? -Y agregó-
Ella va conmigo, sin ella mi ser no tendría sentido.
- Adiós entonces -le
dije.
Y se fue, llevándose el perfume y la voz de los lirios y de
los manzanos que lo despedían felices.
- ¿Cómo te llamas? –grité- ¡No sé ni tu nombre!
- Adivina … -respondió y partió sin volver a mirar su obra.
Su obra burbujeante de colores y de vida.
Clara Molina
- 2021
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