lunes, 18 de abril de 2022

 

Doy vida.

Todo estaba reseco, las ramas de los árboles extendían sus brazos suplicantes pidiendo agua. La tierra crujía, gruñía y se resquebrajaba.

Una luz partió de un lejano punto en el cielo y se acercó despacito al lugar.

A su paso esparcían gotas de un rocío brillante, rocío del universo.

 -¿Qué haces? -Pregunté

 -Doy vida- respondió con naturalidad

 -¿Cómo lo logras?

 -La traigo conmigo. La dosifico y la entrego- fue su respuesta.

- ¿Y si no te alcanza?- insistí.

- Vuelvo allí, a la fuente donde surge la energía y la recargo.

- Quisiera verte mejor- agregué-  tu luz me deslumbra ¡Es tan fuerte!

- No me mires a mí. Fíjate en lo que va quedando detrás de mí y me verás en el reflejo de los verdes, los rosas, los celestes. Allí queda mi rostro impreso –dijo con dulzura.

- Vas encendiendo el campo. Lo que veo son luces, luces saltarinas que bailan ¡Parece que ríen! – comenté.

- ¡Claro que ríen! ¡Están felices porque despiertan hacia la luz y hacia la vida una vez más! –dijo sonriendo.

- Me gustas – agregué-  ¿No te quedarías aquí conmigo a contarme tus secretos?

- No puedo – farfulló- mi trabajo no termina nunca. Por donde paso dejo mi estela y ¡Es tan vasto el Universo!

- ¿Trabajas solo? – inquirí.

- ¡No! ¿No ves toda la luz de vida que me acompaña? -Y agregó- Ella va conmigo, sin ella mi ser no tendría sentido.

- Adiós entonces  -le dije.

Y se fue, llevándose el perfume y la voz de los lirios y de los manzanos que lo despedían felices.

- ¿Cómo te llamas? –grité- ¡No sé ni tu nombre!

- Adivina … -respondió y partió sin volver a mirar su obra.

Su obra burbujeante de colores y de vida.

Clara Molina - 2021

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