martes, 25 de octubre de 2022

 

Cuento

 

La rebelión impensada

 

Pasan los años y sin querer voy acumulando muchas cosas de las cuales no tengo idea de su existencia. No es porque yo sea acumulativa, tampoco porque me apegue mucho a ellas. Es simplemente por pereza. Por no tomarme el trabajo de revisar, de vez en cuando, cuál objeto ya no me sirve o ya no lo necesito.

Felizmente no me sucede lo mismo con la ropa, puesto que voy separando las prendas de toda la familia que ya no se usan para donarlas a una institución. A veces, buscar algo que preciso en el momento se vuelve complicado porque ninguno es muy ordenado en mi casa.

Pero un día pasó algo impensado, algo que nunca pensé que iba a suceder. ¡Todos los muebles de mi propiedad cobraron vida! ¡Y prepararon una rebelión, un motín contra mí!

Me manifestaron que estaban hartos de mis malos hábitos y de la poca consideración y cuidado que les tenía. Hechos de los cuales yo no tenía registro.

Primero me rodearon el ropero, el botiquín del baño, el chifonier y la alacena de la cocina; me enfrentaron, decididos a ponerme límites. Me asusté mucho pues no entendía qué estaba pasando y qué esperaban de mí.

Les pregunté por qué estaban tan enojados si yo no les había hecho nada.

-¡No te hagas la inocente!- me dijo la alacena mientras abrió sus puertas con violencia.- ¿Qué hace este paquete de harina de arroz, llena de gorgojos, arrinconada desde hace dos años? ¿Y la salsa de soja ya vencida? ¡Tantas otras cosas! Es intolerable, ¡No lo voy a permitir más!

Quedé estupefacta. No tenía idea de la existencia de lo mencionado.

El ropero irrumpió con un improperio, que no voy a repetir y luego exclamó -¿Cómo puedes guardar tantas cosas inútiles?-

- ¿Qué cosas inútiles?- pregunté dándole pie a la retahíla.

 Las medias sin pareja, los calzones con el elástico estirado, el paraguas roto, la apolillada estola de nutria de tu abuela que nunca usaste, las viejas pantuflas de tu marido ya fallecido. Etcétera, etcétera- me respondió. - ¡Estoy harto! ¡No puedo más!- Agregó.

El botiquín se sumó a los reclamos pero algo más tranquilo- MI lista es demasiado larga. No terminaría más. Pero al menos deshazte de los seis cepillos de dientes sin cerdas, de los estuches de pintalabios vacíos y de ese perfume que usaste en tu luna de miel, hace un siglo, que está rancio- me dijo despectivamente.

Luego se fueron agregando a los sublevados la mesita de luz, el antiguo baúl del cuarto de huéspedes, un viejo aparador con sus cajoneras repletas de variopintos objetos agregando más reclamos subidos de tono.

Todos juntos, amotinados, me fueron rodeando de forma amenazadora y mirándome fijo. ¡Qué miedo me dio!

Aterrorizada, alcancé la puerta y salí a la calle pidiendo auxilio. Por supuesto que nadie me creyó.

MI angustia crecía. Ya casi no podía respirar, hasta que desperté con mi rostro contra la almohada. ¡Qué alivio sentí! Era solo una pesadilla.

AL día siguiente emprendí la ardua, pero impostergable tarea de revisar y poner orden en todos los muebles de mi casa. Desde ese día los miro con cierta gratitud.

 

Nela Bodoc - 2022

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