viernes, 14 de octubre de 2022

 Cuento 


                LA HERENCIA

 

Mariel, Ricardo y yo permanecemos en el elegante despacho del Dr. Cáseres. Los tres en el más absoluto silencio, sumidos en nuestros propios pensamientos, hasta que entra, con una amplia sonrisa iluminándole el rostro colorado y bonachón, el letrado. Nos saluda efusivamente estrechando nuestras manos y palmeándonos el hombro al tiempo que repite “¡Que gusto verlos muchachos, que gran gusto!”.

El Dr. Cáseres es abogado de la familia desde que tengo uso de razón, el frecuentar la casa de los abuelos pasaba ya de una relación meramente profesional, era en realidad un amigo, casi un integrante más de la progenie, presente en todas las reuniones, del orden que fueran. Sus consejos tenían peso, eran tomados en cuenta como uno de los mejores referentes y no hablo de asuntos meramente legales, estoy hablando de cualquier problema familiar.

Él siempre tenía la palabra justa, la solución acertada. -¡El viejo Cáseres! Recuerdo vagamente que en algún momento, se lo relacionó afectivamente con la tía Angelita. Durante muchos años creí que había nacido el uno para el otro. Pero, un buen día, la tía Angelita se casó con

Jorge Argüello, dueño él de una cadena de negocios muy prósperos, tiendas, como se decía entonces.

Cáseres, se acomoda detrás de su escritorio y nos ofrece algo para beber. No puedo olvidar su cara en aquel día del casamiento. Impecable y elegante como siempre, no perdió la compostura, pero su rostro estaba pálido, la sonrisa que no abandonó en ningún momento, más parecía una mueca y los ojos claros encerraban una gran tristeza. Tía Angelita con Jorge mediante, partieron poco después de la boda rumbo a Europa, instalándose en Francia, siguiendo el rumbo de sus negocios y conformando su hogar en París, donde aún permanecen.

Cáseres nunca se casó y a esta altura, pienso sin lugar a dudas, que todos nosotros formamos su verdadera familia.

La entrada de la secretaria alcanzándole una carpeta, me vuelve a la realidad. “Bueno muchachos, demasiado costó lograr esta reunión para poder dar lectura al testamento de Doña María. Hacer coincidir las fechas de sus viajes no fue tarea fácil, pero aquí estamos. Como les anticipé, además de la sucesión ab-intestato, que corresponde a toda la familia, María legó ciertos bienes, exclusivamente para Uds., los tres hijos de su amada hija Josefina, desaparecida tan tempranamente junto a su esposo, en aquel fatal accidente...” Este último comentario sobre mis padres, lo hace en un susurro, como para sí, casi inaudible. Las palabras finales quedan resonando en mis oídos “fatal accidente”...

Recuerdo perfectamente aquel día; mis hermanos y yo estábamos al cuidado de la abuela María en la casona de San Isidro. Nuestros padres habían partido en viaje de placer hacia Europa. Pensaban recorrer varios países, además de visitar en París a tía Angelita y así conocer a sus dos últimos hijos que sólo habíamos visto en fotos. Esa mañana espléndida de sol jugábamos en el parque. Desde las barrancas podíamos divisar el río cercano y los veleros recortados en el horizonte. Vimos llegar el coche del Dr. Cáseres, con cara seria saludó con la mano en alto y entró presuroso a la casa.

No sé cuanto tiempo pasó, en algún momento, Clementina, la vieja aya, nos comunicó casi sin poder contener las lágrimas, que la abuela quería vernos en la sala. Entramos y no supe si fue el contraste del sol ó porque presentía que algo estaba sucediendo, la sala me pareció fría y sombría. La abuela estaba sentada en el sillón de siempre, a su lado tomándola fuertemente de la mano, Cáseres. La noticia surgió de los labios de ella con mucha serenidad, las explicaciones que siguieron no las escuché, las lágrimas brotaron borrando todo lo demás, excepto la idea clara y dolorosa de que nunca los volvería a ver. La abuela nos abrazó protectora y todo su pesar se volcó en ese abrazo. Nunca más volvimos a nuestro piso del centro y por muchos años vivimos con ella en San, Isidro. “....Fue el deseo de María, que para vos Mariel...”, hace rato por lo visto que Cáseres está leyendo el testamento y yo sin darme cuenta, trato de poner cara de interés en el tema, no sé si lo logro. Veo a Mariel que sonríe mientras escucha atentamente. Ricardo, fuma saboreando su whisky y yo lucho por permanecer aquí. Cáseres lee pausadamente, no entiendo mucho, mis pensamientos van y vienen y me llevan al día en que Mariel partió a París. Tía Angelita le había ofrecido su casa y nuestros primos las conexiones necesarias para completar sus estudios en Bellas Artes. La abuela estaba como siempre apoyada con ambas manos sobre el bastón, ocupando en la sala su lugar favorito, junto al ventanal que daba al parque y al viejo río. Se volvió y la miró bajar la escalera de mármol, riendo feliz, llena de vida, Mariel siempre fue un torbellino ruidoso. “Esta casa no será la misma sin vos muchachita, le dijo, pero soy feliz viéndote tan contenta. Espero que cuando seas famosa, que lo serás sin duda, no olvides a tu familia, cuídate mucho mi niña”, y por largo rato se abrazaron, acariciaron y besaron, como almacenando cariño para la nostalgia en el recuerdo solitario.

Ricardo, recibido ya de arquitecto, viajaba con mucha frecuencia a New York, donde se había relacionado laboralmente con una firma muy prestigiosa que lo mantenía absorbido. En tanto yo cursaba a los tropiezos las últimas materias de Letras. Lo que realmente quería hacer era dedicarme todo el tiempo a escribir. Y por suerte lo conseguí, cinco libros publicados lo aseveran.

...”Espero Mariel que te haga feliz este legado, fue pensado muy especialmente por ella y doy fe. Es decir y antes que estos dos grandulones se pongan celosos, comenta en son de broma, cada una de estas partes fueron pensadas muy especialmente, repito, por María. Yo sé cuánto los amó a cada uno, casi me atrevería a decir que más que a sus propios hijos. Se sentía tan orgullosa”.

...Escucho pronunciar estas palabras por Cásares, dando por terminado la parte de Mariel, en realidad me perdí lo demás. “En cuanto a vos Ricardo,....comienza otra vez la impronta legal, algo sin embargo queda resonando en mi cabeza... “Se sentía tan orgullosa”.

Recuerdo el día en que me recibí, como si no hubiese pasado el tiempo. La abuela había estado muy enferma y su recuperación era lenta. Ese día cuando fui a despedirme, ella arregló mi corbata torcida y envolviéndome entre sus cálidos brazos me deseó toda la suerte del mundo y mucho más. Por la tarde me entregarían el tan peleado título, previamente hice unos trámites de último momento en la facultad y luego almorcé con Mariel y Ricardo que habían viajado para el tan mentado evento.

A las cinco de la tarde ya estaba ubicado junto a los demás compañeros, en las primeras filas del Aula Magna, mis hermanos, otros familiares y amigos se encontraban filas atrás. Pronto comenzó la ceremonia, las autoridades ocupaban su lugar en el centro del escenario e iban entregando los diplomas a los alumnos, este acto era seguido por los aplausos y vivas de la concurrencia, entre tanta algarabía escuché mi nombre. Me dirigí a la escalerilla e ingresé al escenario nervioso y emocionado, encaminándome hacia el estrado. El silencio de la sala se dejó escuchar. Sorpresivamente la vi, no podía creerlo, era ella. La abuela, mi abuela, avanzando lento hacia mí, apoyada en su bastón y en el brazo amigo de Cáseres. Se veía elegantísima luciendo el casquete negro, regalo de Mariel. Estaba todo dispuesto. ¡Ella me entregaría el diploma! Era una sorpresa. En esos momentos todo se me mezcló, la alegría, el amor y la gratitud me desbordó y sin poder contenerme corrí hacia ella, como cuando era niño y nos confundimos en un abrazo eterno, tan eterno que aún siento su calor, mientras trato de frenar las lágrimas que no puedo detener. ¡Cuánto la extraño!....

...Mariel me contiene tomándome por los hombros, Ricardo me alcanza un vaso con agua y toma mi mano. Están desconcertados, no entienden muy bien que me sucede, pero eso no importa demasiado, estamos otra vez juntos, los tres, como cuando niños protegiéndonos como ella lo haría. Otra vez juntos frente a la mirada conmovida del viejo amigo que cerrando la carpeta se une a nosotros mientras repite “Ya habrá tiempo después, ya habrá tiempo para lo legal. ¡Qué mejor herencia que ésta podría haberles dejado la abuela!”.

 

GARCIA, Alicia Rita

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