CON EL SUDOR
DE LA FRENTE
Marta no se sentía bien, posiblemente la pizza del mediodía
le había caído pesada, estaba recostada mientras esperaba que su marido
regresara del trabajo.
Jorge entró apurado y casi sin reparar en ella, le pidió que
se pusiera lo mejor que tuviese y se arreglara con rapidez, pues deberían
asistir a una reunión que ofrecían los Nelton dos horas más tarde, y que por
supuesto había olvidado avisarle con tiempo suficiente. Marta se negó en forma
rotunda, alegando que su marido siempre hacía lo mismo.
-Nunca avisás con tiempo preciso, las reuniones de los
Nelton son muy aburridas y además me duele la panza.
-¡No se te ocurra!- replicó él- ¡No se te ocurra hacerme
esto hoy! Hoy justo que se juega mi ascenso.- Llegó Da Silva de Lisboa, vino
para elegir al nuevo asistente del subgerente comercial entre otras cosa. ¡Y yo
soy uno de sus postulantes!- expresó Jorge en tono enfático.
-¿Asistente comercial? ¿tu ascenso?- repitió Marta, mirando
a su marido.
- Sí, esta mañana me avisó Nelton, él también está en la
lista Por eso es que organizó esta recepción de corte formal para darle la
mejor de las impresiones. Así que hacé algo rápido, no sé, tomá un té, o no,
mejor esas pastillas que tan bien te hicieron la otra vez.
- Sí, pero me dan sueño- dijo ella echando mano a su último
recurso.
-¿Estás empeñada en poner trabas a todo? -casi le gritó,
mientras elegía una camisa.
-No, es que no tengo ganas de ir a ningún lado y mucho menos
a lo de los Nelton –dijo Marta en un intento más de conmover a su esposo.
Jorge, al borde ya de su paciencia, insistió: -Mi amor,
haceme el favor, sabés que esto representa mucho para mí. También sabés lo
timoratos que son en la empresa. Si voy solo tejerían historias increíbles
acerca de nosotros. Vamos, tomá la pastilla- le dijo en tanto traía del baño un
vaso con agua.
Marta refunfuñando y sabiendo que había perdido la partida,
lo tomó para darle el gusto a su marido.
Evidentemente el medicamento había hecho su doble efecto,
calmar el malestar y producir una somnolencia no deseada.
Todos en la reunión charlaban en tono moderado de los mismos
temas de siempre intrascendentes y aburridos. Ella que había instalado una
sonrisa automática desde que llegara, trataba de disimular los bostezos que la
abordaban despiadadamente.
Un vaso con whisky se calentaba entre sus manos y fue por
eso que pensó en ponerle hielo, Jorge se hallaba alejado y ella no estaba
dispuesta a abandonar el cómodo y apartado sillón donde se había apoltronado.
Buscó con la mirada una hielera cercana y cuando volvió la cabeza vio una que
un señor, que no conocía, había depositado amablemente en la mesa pegada a su
sillón, buscó la pinza y no la encontró, así fue como metió sus dedos y se
sirvió dos cubitos. Se reacomodó sin dejar de sonreír y en ese momento se dio
cuenta de que gran parte del grupo presente la estaba observando, incluyendo al
señor de la hielera, quien se mostraba muy sorprendido, mientras Jorge se
aproximaba pálido y tratando de guardar la compostura, le susurraba al oído:
-¿Cómo has podido hacerme esto? ¿Cómo has podido? ¿Te
propusiste acaso destruirme?
Ella lo miró sin entender y con un hilo de voz, pero sin
perder la sonrisa le preguntó - ¿Por qué estás tan enojado? ¿Qué es lo que te
hice?
Su marido, tratando de disimular la situación y con el mismo
tono susurrante, insistió: -¿Cómo qué me hiciste? ¿No te das cuenta que me
hundiste, que perdí mi oportunidad? ¿Qué explicación voy a dar ahora para
justificar ante todos, el hecho bochornoso de que mi mujer se atreviese a meter
sus dedos en el vaso del Gerente General?-
Ella lo miró y sintió entonces como un frío, mucho más frío
que los cubitos que flotaban en el vaso, corría por su espalda. Y no pudo
evitar la sonora carcajada, al ver las caras de los pacatos asistentes que
seguían observándola mientras Jorge se secaba el sudor de la frente.
GARCIA,
Alicia Rita
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