martes, 29 de noviembre de 2022

 

LOS RECUERDOS…Y UNA TRAVESURA ALLÁ EN LA INFANCIA

 

Provengo de una familia, hasta donde mi memoria puede llegar, muy numerosa de principios del siglo XX, mis padres y sus hermanos, pero debo remontarme al anterior siglo ya para mis abuelos, que lamentablemente no conocí o compartí solo algunos años de mi primera infancia. Además de numerosa era muy unida, así en general se acostumbraba en esa época. Debo aclarar que estoy contando solo de la línea materna. Familia grande compuesta por matrimonio (mis abuelos) y siete hijos, también situación muy frecuente en esos tiempos. Uno de ellos había fallecido de muy chiquito. Crecieron muy apegados y compañeros los cinco varones y una niña, la menor, mi madre, a quien ellos cuidaban muy especialmente, al estilo guardabosque. A tal punto cuidaban de su hermana que sus padres descansaban tranquilos.

Los recuerdos siempre andan merodeando en nuestra mente esperando encontrar una hendija por donde colarse, algunas veces lo hacen con mayor frecuencia, a veces escasean su aparición, pero lo que es cierto que nunca desaparecen, eso de evaporarse en el aire no es propio de ellos, aunque nosotros no nos demos cuenta que, finalmente, encuentren algún lugar donde esconderse.

Los seis hijos se casaron y agrandaron un poco más la familia, apareciendo cinco nueras y un yerno, pero además todos tuvieron entre dos, tres y cuatro hijos. Así fue como creció aún más y durante veinte años hubo mucha algarabía con esos diez y seis primos que fueron apareciendo año tras año en cada familia. Claro que existía gran diferencia de edad entre los más grandes y los menores. Crecieron compartiendo mucho tiempo, juegos, salidas, cumpleaños y acontecimientos, pero lo más sabroso eran las aventuras y travesuras hechas a espaldas de los adultos.

Recuerdos que irrumpen circunstancialmente tomando relevancia y ganando un lugar en el presente sin pedir permiso alguno, sin nuestro consentimiento o sin nuestro beneplácito. A veces los aplaudimos, nos agradan, los agradecemos, otras veces los repelemos, los rechazamos o los maldecimos, pero ellos no se asustan, permanecen o en el mejor de los casos se van unos minutos o se achican no más.

Uno de los acontecimientos más importantes eran las fiestas de fin de año, para las cuales nos reuníamos todos y convivíamos durante varios días repartidos en las casas de veraneo que tenían dos de los hermanos (mis tíos) en las afueras de la ciudad, donde las aventuras y travesuras estaban a la orden del día mientras los adultos estaban bien ocupados de las cuestiones domésticas y en la preparación de las comidas.

Disfruto hoy recordando esos días completos a pura fiesta, sobre todo para nosotros, los tres más pequeños de esa larga lista correspondiente de tercera generación.

Una de mis primas, seis años mayor que yo, la última de toda la serie, era por demás miedosa. Tan miedosa, que no podía ir de noche al baño sola, que necesitaba dormir con alguna luz tenue o compañía de noche sobretodo. Por este motivo se convertía muy a menudo en nuestro principal objetivo a la hora de planear alguna “salvaje” travesura.

Sabíamos su costumbre de mirar debajo de la cama antes de acostarse porque siempre decía que tenía miedo que algún hombre se hubiera escondido ahí abajo y le agarrara una pierna al sentarse ella. Ella constaba que no hubiera nadie. Nosotros nos reíamos de esas locas ocurrencias…Mirá si un hombre se va a meter en la casa y de ahí meterse abajo de su cama. Siempre nos decíamos unos a otros…

Pero era una situación aprovechable. Pues bien… ¿Qué se nos ocurrió a nosotros, terribles inventores de maldades?

En la memoria las imágenes brotan casi espontáneamente, cuando llegábamos finalmente a las dos casas, separadas o unidas por un extenso jardín lleno de árboles y frutales y el recibimiento especial a mi familia, después de un largo viaje en auto, ya que en ese tiempo éramos casi “extranjeros” por residir a 400 km de ahí, pero que en ese tiempo nos llevaba como ocho interminables horas.

En perfecto secreto y combinados los unos con los otros fuimos buscando los elementos necesarios para el gran susto. Estos eran: una escoba, ropa vieja, un sombrero o algo por el estilo, unos zapatos viejos y algo que sirviera de relleno, como los más importantes. Mientras algunos hacíamos esto, otros se ocupaban de tener al “objetivo” ocupado y lejos de lo que sería la “escena del crimen”. Manos a la obra fuimos vistiendo a la escoba como si fuera una persona, un hombre más precisamente, pobre y vagabundo, aunque debajo de la cama mucho no se advertiría. Igual era importante hacer las cosas bien. Una camisa vieja, un pantalón de trabajo de alguno de mis tíos y de relleno para brazos y piernas sirvieron unos trapos viejos y por supuesto lo zapatos. El hombre estaba ya listo para ser metido con cuidado debajo de su cama, el hombre agarra piernas, llamábamos nosotros con picardía. Ahora llegaba un momento más que crucial, que era alejar y distraer muy bien a la candidata para que no descubriera nuestro plan, pero también había que distraer a los adultos o por lo menos cuidar que ellos no advirtieran nuestra idea, había a tal fin, algunos responsables de vigilar.

Recuerdo el verlos hablando y hablando casi sin parar, las mujeres, por un lado, los hombres con sus temas seguramente, pero que a mí no me interesaban, en cambio estaba más atenta a que hacían mi madre y mis tías, que por cierto me apañaban todo lo que podían.

El plan funcionó a las maravillas, y el hombre puesto en su lugar, con las cobijas de la cama que lo tapaban un poco. Llegó la noche y los nervios nuestros estaban a flor de piel, algunas miradas y sonrisitas cómplices, pero todo se mantuvo con la normalidad de un día cualquiera. Faltaba solamente que ella se fuera acostar y mirara debajo de la cama, nada más, y nada menos…

El dormitorio era en común para cuatro de nosotros, por lo que tres estábamos en nuestras respectivas camas disimulando expectantes del gran momento. Los demás estaban afuera, atrás de la puerta esperando. Esa noche “la miedosa” se entretuvo más de la cuenta con la limpieza de dientes, y del cabello, que como ya lo tenía muy frágil, se cepillaba cuidadosamente todas las noches. Al final, ya casi estaba por empezar su ritual de agacharse cuando le sobrevino, para nuestra desazón un estornudo y tuvo que ir al baño a buscar papel higiénico, y nuestra desesperación que descubriera al montón de sujetos al abrir la puerta. Pero ellos que estaban muy atentos se dieron cuenta y se evaporaron volviendo una vez que ella retornó a la pieza.

Y entonces sí, se agachó y miro debajo de la cama. El grito que pegó creo que llegó a varias casas vecinas que, por cierto estaban bastante lejos. Los adultos llegaron muy rápido al escucharla, mientras nosotros estábamos muertos de risa tirados en nuestras respectivas camas y los otros entraron también como disimulando a ver qué pasaba. Mientras mi prima lloraba desconsoladamente no recuerdo bien quien, sacó “al hombre” de debajo de la cama y se lo mostró para que viera que era una broma.

“¡Era una broma! ¡Era una broma!” sumábamos al griterío nosotras, como atajándonos el castigo y minimizando tremenda y programada aventura de salvajes que éramos.

Por supuesto esto no evitó que nosotras las tres instigadoras principales, y todos los implicados recibiéramos una terrible reprimenda, y aunque no recuerdo bien que castigo, seguro tuvimos alguno, mientras quizá el padre de la “candidata” que era terriblemente jodón, aun de grande, seguramente ayudó a suavizarlo.

“Sentí que la noche se partía en mil pedazos…el frío me congeló la panza y un dolor agudo se apoderó de mí”, me confesó mi prima bastante años más tarde, a propósito de un encuentro telefónico. A los ojos ya de adultos el incidente seguro cambió totalmente el significado, pero lo sentido permanecía aún en ella en ese entonces.

Hoy es difícil pensar que “la miedosa” hubiera olvidado semejante historia vivida, alguna vez le preguntaré si fue así…ahora transcurrida gran parte de nuestras vidas y ya todos entre los setenta y pico y los noventa y pico de años…porque la diferencia etaria siempre sobrevivieron en el tiempo.

Y los recuerdos tienen esa magia de poder ir y volver del pasado, como una forma de recobrar las experiencias vividas, de reconstruir la vida desde esos momentos guardados…reconstruirla desde las subjetividades de cada uno y a través justamente de cada memoria individual y de la inequívoca memoria colectiva que cada familia va “fabricando”, que se va transmitiendo en forma directa desde sus protagonistas y luego desde sus descendientes que van contando y pasando esas historias, como una manera de hacer la tradición familiar.

 

                                                                                Adriana Brescia 2022



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