LOS
RECUERDOS…Y UNA TRAVESURA ALLÁ EN LA INFANCIA
Provengo de una familia, hasta donde mi memoria puede
llegar, muy numerosa de principios del siglo XX, mis padres y sus hermanos,
pero debo remontarme al anterior siglo ya para mis abuelos, que lamentablemente
no conocí o compartí solo algunos años de mi primera infancia. Además de
numerosa era muy unida, así en general se acostumbraba en esa época. Debo
aclarar que estoy contando solo de la línea materna. Familia grande compuesta por
matrimonio (mis abuelos) y siete hijos, también situación muy frecuente en esos
tiempos. Uno de ellos había fallecido de muy chiquito. Crecieron muy apegados y
compañeros los cinco varones y una niña, la menor, mi madre, a quien ellos
cuidaban muy especialmente, al estilo guardabosque. A tal punto cuidaban de su
hermana que sus padres descansaban tranquilos.
Los recuerdos siempre
andan merodeando en nuestra mente esperando encontrar una hendija por donde
colarse, algunas veces lo hacen con mayor frecuencia, a veces escasean su
aparición, pero lo que es cierto que nunca desaparecen, eso de evaporarse en el
aire no es propio de ellos, aunque nosotros no nos demos cuenta que,
finalmente, encuentren algún lugar donde esconderse.
Los seis hijos se casaron y agrandaron un poco más la
familia, apareciendo cinco nueras y un yerno, pero además todos tuvieron entre
dos, tres y cuatro hijos. Así fue como creció aún más y durante veinte años
hubo mucha algarabía con esos diez y seis primos que fueron apareciendo año tras
año en cada familia. Claro que existía gran diferencia de edad entre los más
grandes y los menores. Crecieron compartiendo mucho tiempo, juegos, salidas,
cumpleaños y acontecimientos, pero lo más sabroso eran las aventuras y
travesuras hechas a espaldas de los adultos.
Recuerdos que irrumpen
circunstancialmente tomando relevancia y ganando un lugar en el presente sin
pedir permiso alguno, sin nuestro consentimiento o sin nuestro beneplácito. A
veces los aplaudimos, nos agradan, los agradecemos, otras veces los repelemos,
los rechazamos o los maldecimos, pero ellos no se asustan, permanecen o en el
mejor de los casos se van unos minutos o se achican no más.
Uno de los acontecimientos más importantes eran las fiestas
de fin de año, para las cuales nos reuníamos todos y convivíamos durante varios
días repartidos en las casas de veraneo que tenían dos de los hermanos (mis
tíos) en las afueras de la ciudad, donde las aventuras y travesuras estaban a
la orden del día mientras los adultos estaban bien ocupados de las cuestiones
domésticas y en la preparación de las comidas.
Disfruto hoy
recordando esos días completos a pura fiesta, sobre todo para nosotros, los
tres más pequeños de esa larga lista correspondiente de tercera generación.
Una de mis primas, seis años mayor que yo, la última de toda
la serie, era por demás miedosa. Tan miedosa, que no podía ir de noche al baño
sola, que necesitaba dormir con alguna luz tenue o compañía de noche sobretodo.
Por este motivo se convertía muy a menudo en nuestro principal objetivo a la
hora de planear alguna “salvaje” travesura.
Sabíamos su costumbre de mirar debajo de la cama antes de
acostarse porque siempre decía que tenía miedo que algún hombre se hubiera
escondido ahí abajo y le agarrara una pierna al sentarse ella. Ella constaba
que no hubiera nadie. Nosotros nos reíamos de esas locas ocurrencias…Mirá si un
hombre se va a meter en la casa y de ahí meterse abajo de su cama. Siempre nos
decíamos unos a otros…
Pero era una situación aprovechable. Pues bien… ¿Qué se nos
ocurrió a nosotros, terribles inventores de maldades?
En la memoria las
imágenes brotan casi espontáneamente, cuando llegábamos finalmente a las dos
casas, separadas o unidas por un extenso jardín lleno de árboles y frutales y
el recibimiento especial a mi familia, después de un largo viaje en auto, ya
que en ese tiempo éramos casi “extranjeros” por residir a 400 km de ahí, pero
que en ese tiempo nos llevaba como ocho interminables horas.
En perfecto secreto y combinados los unos con los otros
fuimos buscando los elementos necesarios para el gran susto. Estos eran: una
escoba, ropa vieja, un sombrero o algo por el estilo, unos zapatos viejos y
algo que sirviera de relleno, como los más importantes. Mientras algunos
hacíamos esto, otros se ocupaban de tener al “objetivo” ocupado y lejos de lo
que sería la “escena del crimen”. Manos a la obra fuimos vistiendo a la escoba
como si fuera una persona, un hombre más precisamente, pobre y vagabundo,
aunque debajo de la cama mucho no se advertiría. Igual era importante hacer las
cosas bien. Una camisa vieja, un pantalón de trabajo de alguno de mis tíos y de
relleno para brazos y piernas sirvieron unos trapos viejos y por supuesto lo
zapatos. El hombre estaba ya listo para ser metido con cuidado debajo de su
cama, el hombre agarra piernas, llamábamos nosotros con picardía. Ahora llegaba
un momento más que crucial, que era alejar y distraer muy bien a la candidata para
que no descubriera nuestro plan, pero también había que distraer a los adultos
o por lo menos cuidar que ellos no advirtieran nuestra idea, había a tal fin,
algunos responsables de vigilar.
Recuerdo el verlos
hablando y hablando casi sin parar, las mujeres, por un lado, los hombres con
sus temas seguramente, pero que a mí no me interesaban, en cambio estaba más
atenta a que hacían mi madre y mis tías, que por cierto me apañaban todo lo que
podían.
El plan funcionó a las maravillas, y el hombre puesto en su
lugar, con las cobijas de la cama que lo tapaban un poco. Llegó la noche y los
nervios nuestros estaban a flor de piel, algunas miradas y sonrisitas
cómplices, pero todo se mantuvo con la normalidad de un día cualquiera. Faltaba
solamente que ella se fuera acostar y mirara debajo de la cama, nada más, y
nada menos…
El dormitorio era en común para cuatro de nosotros, por lo
que tres estábamos en nuestras respectivas camas disimulando expectantes del
gran momento. Los demás estaban afuera, atrás de la puerta esperando. Esa noche
“la miedosa” se entretuvo más de la cuenta con la limpieza de dientes, y del
cabello, que como ya lo tenía muy frágil, se cepillaba cuidadosamente todas las
noches. Al final, ya casi estaba por empezar su ritual de agacharse cuando le
sobrevino, para nuestra desazón un estornudo y tuvo que ir al baño a buscar
papel higiénico, y nuestra desesperación que descubriera al montón de sujetos
al abrir la puerta. Pero ellos que estaban muy atentos se dieron cuenta y se
evaporaron volviendo una vez que ella retornó a la pieza.
Y entonces sí, se agachó y miro debajo de la cama. El grito
que pegó creo que llegó a varias casas vecinas que, por cierto estaban bastante
lejos. Los adultos llegaron muy rápido al escucharla, mientras nosotros
estábamos muertos de risa tirados en nuestras respectivas camas y los otros
entraron también como disimulando a ver qué pasaba. Mientras mi prima lloraba
desconsoladamente no recuerdo bien quien, sacó “al hombre” de debajo de la cama
y se lo mostró para que viera que era una broma.
“¡Era una broma! ¡Era una broma!” sumábamos al griterío
nosotras, como atajándonos el castigo y minimizando tremenda y programada
aventura de salvajes que éramos.
Por supuesto esto no evitó que nosotras las tres
instigadoras principales, y todos los implicados recibiéramos una terrible
reprimenda, y aunque no recuerdo bien que castigo, seguro tuvimos alguno,
mientras quizá el padre de la “candidata” que era terriblemente jodón, aun de
grande, seguramente ayudó a suavizarlo.
“Sentí que la noche se partía en mil pedazos…el frío me
congeló la panza y un dolor agudo se apoderó de mí”, me confesó mi prima
bastante años más tarde, a propósito de un encuentro telefónico. A los ojos ya
de adultos el incidente seguro cambió totalmente el significado, pero lo
sentido permanecía aún en ella en ese entonces.
Hoy es difícil pensar
que “la miedosa” hubiera olvidado semejante historia vivida, alguna vez le
preguntaré si fue así…ahora transcurrida gran parte de nuestras vidas y ya
todos entre los setenta y pico y los noventa y pico de años…porque la
diferencia etaria siempre sobrevivieron en el tiempo.
Y los recuerdos tienen
esa magia de poder ir y volver del pasado, como una forma de recobrar las
experiencias vividas, de reconstruir la vida desde esos momentos
guardados…reconstruirla desde las subjetividades de cada uno y a través
justamente de cada memoria individual y de la inequívoca memoria colectiva que
cada familia va “fabricando”, que se va transmitiendo en forma directa desde
sus protagonistas y luego desde sus descendientes que van contando y pasando
esas historias, como una manera de hacer la tradición familiar.
Adriana Brescia 2022
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