jueves, 29 de diciembre de 2022

 

Fábula

 

 

                                               Orgullo y libertad

 

En un pastizal brillante de luz y verdor, vivían caballos y yeguas, felices, en libertad. Todos muy hermosos y llamativos.

El pura sangre inglés reboleaba sus crines rojizas porque se sabía bello y estaba orgulloso de su estampa; le gustaba a casi todas las yeguas que andaban pavoneándose a su alrededor.

Los más viejos aconsejaban: “No muestres toda tu fuerza, ni siquiera tu pelaje limpio. Viene el hombre y te convierte en su esclavo” “A mí no van a poder atraparme”- decía el pura sangre y pensaba  “Además de bello soy rápido como el viento” 

Un percherón que había sido descartado por viejo y enfermo, le recordaba- “Al final te traen acá, pero mientras tanto, te alejan de la manada, no vas a ver más a tus potrillos ni a las hembras que tanto te gustan” 

Harry, así se llamaba el pura sangre, no escuchaba. “Vamos Yamila a pasear lejos de este viejo” La yegua árabe, sensible y elegante hablaba con Harry de todos los prados que visitarían juntos. Ella conocía las lagunas y los ríos, le gustaba el agua.

Algunas de las otras hembras andaluzas eran las mamás de los hijos de Harry y de los otros animales soberbios. Les contaban a sus potrillitos: “El caballo, nosotros, hemos sido imprescindible en la historia de los humanos” -los chiquitos preguntaban “¿Qué es un ser humano?” y ellas respondían: “Unos que andan en dos patas, con un látigo en la mano y pinches en sus pies. Mejor, si ven alguno así, salgan corriendo y se esconden detrás de esas matas” Los caballitos decían que sí con sus cabezotas, pero no entendían bien qué querían decirles sus mamás. Las bestias despertaron del sopor y pararon las orejas en señal de alarma.

“Miren qué hermosas criaturas, parecen pura sangre” dijeron unos hombres que venían a caballo.

 ”Por supuesto” -dijo el negro- “Somos perfectas dijeron las andaluzas” y la yegua catalana asintió con relinchos suaves. “Vamos a buscarlos” dijeron los hombres y se lanzaron al galope y a los gritos a enlazar a los animales que huyeron en todas direcciones.

Ante tal imagen, los chiquitos quedaron espantados y no se movieron. Las mulas viejas y jubiladas de los quehaceres con humanos, no se conmovieron, se espantaban las moscas con un perezoso movimiento de su cola. Se detenían a arrancar manojos de hierba tranquilas sin apuro. 

Finalmente, después de horas de corridas y griterío, los hombres enlazaron a los caballos más fuertes y llamativos y los obligaron a entrar a un corral.

“Ahora van a ver” decían los viejos.

Empezó la doma a latigazos, les golpeaban los vientres con las espuelas de metal. Todos los caballos arqueaban el lomo, relinchaban protestando, algunos tiraban a sus jinetes y reían contentos creyendo que habían triunfado.

Pero, día tras día volvía a empezar el ritual de la doma, hasta que, al fin, doloridos y cansados, doblaron la testuz y aceptaron a sus “amos”.

Los caballos son fieles a sus comprensiones y cuando se sintieron doblegados, decidieron que su suerte estaba echada.

Se empezaba a vislumbrar una posible comunicación entre las razas. Los animales entendían a los humanos y se decían “Es en vano que hostiguemos a los hombres”. Se acercó una mula y le decían “Nos preservaron para la humillación y el trabajo”

A veces se les suavizaba el gesto cuando una mano suave los acariciaba.

Y así, entendieron lo que los viejos les habían aconsejado y sus corazones palpitaban olfateando el perfume de la libertad perdida.

 

 Clara Molina

 

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