Mi barrio.
Mi barrio
mide el tiempo justo para ejercitarse dando una vuelta caminando.
Tiene casas
que antes eran iguales y ahora son similares, y hay otras completamente
distintas, asimismo están ubicadas una al lado de la otra y se divide en
cuadras.
Su gente es
como cualquier otra, con más o menos estudios o tal vez con ninguno, todos se
saludan. Las personas son mayores, pocos adolescentes y muchos niños de los que
alguna vez lo fuimos.
Todos pasamos en algún momento por la plaza de la vuelta,
con sus juegos viejos, rotos, mal pintados y que los niños siguen añorando cada
día. Hay en una parte de la misma, una explanada de baldosas con escalones de
cemento a un costado que se usan de tribuna cuando juegan un picadito y otras veces
sirve de sala de espera de padres mientras sus hijos patinan, andan en bici,
triciclo o simplemente corren libres. El pasto predomina en su suelo, los pinos
son altos, muy altos, muchas tardes se ven
personas haciendo picnic y tomando mate.
Al lado de la plaza,
hay una iglesia que era pequeña y fueron ampliándola tanto como la asistencia
de la gente que se dio por un largo tiempo. Hoy les queda grande. Pasando la
iglesia está la escuela del barrio, la primaria y la secundaria, recuerdo que
se llenaba, no había cupos y actualmente la ocupan las personas de otros
barrios porque los de acá prefieren escuelas de más allá.
También hay varios almacenes, al parecer nos gusta comer o
tendrá que ver con cómo se llamaba antes el
barrio que ahora se llama San Cayetano. En estos almacenes se encuentra la gente,
la que se saluda con confianza y la que se saluda aunque sea desconocida,
además de comprar, uno se entera de lo
que le sucedió a alguien o de algo que desconoce. Cuando llegan las vacaciones,
los almaceneros se toman sus semanas de descanso y los que no descansan son los
clientes que caminan hasta el otro almacén, el de allá o el de la esquina, e incluso descubren los que no sabían que existían.
Mi barrio tiene tantos años como yo. Estamos los de siempre,
los que van y vienen y los que llegan para quedarse. Cada cuadra es un mundo
diferente, hasta los perros saben eso. Cada tanto, pasan vendedores ambulantes
puerta a puerta, y cada día pasa el panadero con su auto viejo anunciando por
parlante su llegada, pasa el que hace trueques por una batería vieja, la carreta
tirada por el caballo flaco y cansado que hace asomar a los niños para
admirarlo.
Las calles de este barrio una vez fueron de tierra, las
casas no tenían rejas, había una finca que cortaba sus cuadras, los niños
colmaban las tardes con sus gritos, risas, corridas y llantos. Pasaba un señor
en una carreta que hacía sonar una campana anunciando su llegada para darles
una vuelta por sus calles.
Mi barrio estaba sólo y poco a poco fue rodeado por otros
más. Este barrio tiene historia y también historias que alguna vez se las
contaré.
Marisel Gómez - 2020
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