Humor
Una historia
burlona
Era una mañana otoñal, con una brisa suave y fresca en una
ciudad europea muy transitada por turistas de todas partes del mundo.
Una señora muy elegante y bien arreglada con una capa larga,
gris azulado, zapatos y cartera al tono, entró en la gerencia de un hotel cinco
estrellas y sin rodeos le habló al gerente.
“Soy la señora Walter Thompson y necesito que me atiendan
bien y rápido”
“Por supuesto señora, lo que Usted diga ¿Qué necesita”?
La señora partió rápidamente hacia el comedor y pidió un
desayuno completo. A continuación preguntó por la peluquería, y una vez allí
pidió masajes de todo tipo: reductores, descontracturantes, relajantes,
japoneses y con piedras calientes, y para embellecer su rostro, máscaras especiales.
También se hizo arreglar las uñas de pies y manos.
Cuando terminó con toda esta parafernalia de
embellecimiento, ya era el mediodía y volvió al comedor para pedir los mejores
platos que había en la carta. “¡Ah! y con champán, por pavor” dijo sonriente.
Estaba feliz y se notaba.
Uno de los empleados del hotel, le decía a su compañero:
“Aquí nadie puede sentirse mal. Con sólo mirar a esa mujer uno saca esas
conclusiones ¿no te parece?”
Mrs. Thompson terminó su almuerzo con un té de hierbas
especiales y partió hacia las boutiques del hotel. Como es de esperar, compró
de todo. Cargó todo a la cuenta del Señor Thompson y terminó su día con un té y
muchas masas.
Al atardecer, pidió un auto con chofer y partió rumbo a lo
desconocido. Nadie del hotel, se extrañó, ese tipo de actitudes era normal
entre esas señoras de alta alcurnia.
Al día siguiente, el señor Thompson se dirigió a la
conserjería a avisar que iba a partir antes del mediodía, por ende necesitaba arreglar
su cuenta. El conserje en cuestión salió hacia la oficina contable y volvió de
allí con una cara un tanto seria y con un largo papel en la mano.
“¿Qué es esto?”
preguntó Thompson, mirando con ojos desmesurados la cantidad y la longitud de
esa cuenta.
Como habló con voz alterada y bastante alta, salió el gerente
de su oficina a inquirir a qué se debía el alboroto.
Cuando Thompson le alcanzó la cuenta, el gerente sonriendo aclaró
con una tosecita formal. “Es de su Señora, ¿no se lo había dicho?”
Ahora fue Thompson el que sonrió. “¿Cuál señora? Yo no tengo
señora. Se ha equivocado”.
Y sin más el Thompson dio media vuelta y partió sin volver
la vista atrás.
Clara Molina - 2023
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