Ensayo
Riqueza
En una reunión familiar surgió el tema de la
riqueza. Algunos de los presentes consideraban que como “la riqueza no hace la
felicidad” se podría tener grandes cantidades de bienes materiales y dinero y
aun así no ser feliz, y otros se apoyaban en el dicho algo más popular en
nuestros días, que dice que “El dinero no hace la felicidad pero calma los
nervios”. Una de las personas presentes, señora de casi ocho décadas, dijo: “Yo
he sido inmensamente rica en mi vida”. Todos la miramos con curiosidad,
pues es una persona con ingresos modestos que vive de acuerdo a ellos mediante un
trabajo consciente de mantener sus cuentas equilibradas.
Ante el silencio que llegó tras su afirmación, con
una pícara expresión explicó: “Siempre
hubo comida en mi mesa, libros en mis estantes, medicinas en mis enfermedades,
amor en mi familia, solidaridad en mis vecinos y fidelidad en mis amigos. No
necesité grandes cantidades de bienes para lograr tan inmensa riqueza.”
La reunión
dio un giro importante, de pronto todos los presentes comenzamos a evaluar las
palabras “riqueza” y “ganancia”.
Riqueza es un estado, no de conformismo ni de
aceptación impuesta por las circunstancias, sino de agradecimiento permanente
por los dones recibidos y de desapego a los bienes materiales, que pueden ser
muchos o pocos. Se trata de la relación que tengo con ellos, pues tenerlos no
significa poseerlos, sino usufructuarlos con respeto por el bien en sí
mismo.
Cada persona puede generar riqueza, y de hecho la
genera en la medida que es consciente de sí, de sus necesidades, las de su
entorno y las del contexto en que habita.
Ser consciente de mí no significa ser el centro del
Universo, sino tener conocimiento de las necesidades reales que tengo como ser
humano responsable de mi cuerpo, de mi mente y de mi espíritu.
Responsabilizarme de mi cuerpo es comprender que
ese es el vehículo con que debo transitar mi existencia, y que del trato que le
dé a ese vehículo depende el estado en que este se mantenga, y que de dicho
estado dependen mi salud, mis capacidades físicas y emocionales, es decir, las
energías con que cuento para vivir cada etapa armónicamente.
Así como al cuerpo físico tengo que tratarlo bien,
con buena alimentación, sin excesos, atendiendo su higiene y salud, a la mente
debo darle una importancia y atención
semejante.
No soy mi cuerpo, pero tampoco soy mi mente.
Comprender que son los instrumentos que tengo para desarrollarme armónicamente
me lleva a hacerme responsable de su alimento y de su ejercitación.
En una sociedad que nos ofrece constantemente
escaparnos de la realidad circundante y, por consiguiente, de la realidad
interior, deberíamos estar atentos a no seguir los cantos de sirena, sino saber
qué es lo que buscamos y guiarnos hacia ese punto. Una de las formas que podemos
optar es elegir lo que alimenta nuestra mente, escogiendo conscientemente las
lecturas, las películas, los divertimentos. Y la herramienta a nuestro alcance
para discernir es la detención, auto observación, y, especialmente, la
meditación.
La mente y el cuerpo son los vehículos del
espíritu.
Asunción – 2007
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