HUMILDAD
Meditaba sobre la humildad, ser humilde, pensando que usamos
esa palabra para definir a una persona de escasos recursos, pero eso, si bien
la condiciona, no la transforma mágicamente en una persona humilde. Entonces
¿qué es ser humilde?
Y apareció en mi recuerdo una experiencia de vida para mi
madre y para mí, pero yo no la recuerdo como vivencia propia, sólo lo que
alguna vez ella me contó, maravillada.
Vivíamos en la zona rural, tal como habían hecho mis cuatro
abuelos desde que llegaran de España, y la información no estaba al alcance de
todos por lo que se ignoraban procederes científicos y, aunque no se creyera en
las soluciones casi mágicas de las costumbres y prácticas ancestrales, a veces
se recurría a ellas cuando la situación no aparentaba gravedad.
Tendría yo dos o tres años, o sea 1946 aproximadamente, y me
encantaba el pan caliente recién salido del horno. Mi madre siempre me daba un
trozo junto a una advertencia: no tomar agua inmediatamente, pues según la
tradición del lugar, el niño que hacía eso “se empachaba”. Una hora después de
haber comido el delicioso pan, ardía en fiebre.
Buscó apoyo y consejo en mi tía Lola, hermana de mi padre,
que vivía en otra casa de la misma finca y algo alejada de la nuestra, y
decidieron llevarme a lo de Doña Genoveva, una mujer sencilla con fama de
curandera, a la que presumo, ya conocían.
Prepararon rápidamente el traslado a la ciudad donde esta
señora vivía, que no era lo más fácil pues el único transporte, un ruidoso
ómnibus, pasaba por la puerta de nuestra casa sólo tres veces al día, temprano
de mañana, al medio día y al anochecer.
Llegadas a la casa de la señora cargándome la distancia que
restaba, ella procedió a atenderme con su ritual acostumbrado: apoyaba su mano
derecha sobre su sien y pasaba reiteradas veces su mano izquierda a unos diez
centímetros de la parte superior de la cabeza del enfermo. Luego apoyaba esa
mano sobre su sien izquierda en profunda concentración, para luego dar su
diagnóstico.
“Siéntese, no se asuste –dijo- su hija no está empachada,
tiene difteria”. Mi madre quedó sin fuerzas, pues no había podido olvidar la
experiencia de su niñez, cuando al volver a clases después de un fin de semana
su compañerita de banco no volvió, y la maestra les explicó que la niña había
muerto de difteria.
“Tiene que llevarla ya al hospital, pues necesita el suero
con urgencia” le dijo, y acto seguido pidió a su esposo que fuera a buscar un
taxi para el traslado. Mi madre y mi tía me llevaron al hospital y en el apuro
porque me atendieran dijeron que yo tenía difteria, por lo que el médico, sin
más averiguaciones ordenó análisis y aislamiento. Después de que todo se
confirmó y que lograran salvarme, el doctor quería saber de dónde habían sacado
tal diagnóstico, ya que había sido el único caso en el país, y las dos
campesinas solo pudieron contestar que a ellas les había parecido, pues no
podían comprometer a la buena señora.
Si aquella mujer en la que mucha gente reconocía que tenía
capacidades naturales para curar no hubiera sido lo suficientemente humilde al
reconocer su limitación quizás la historia hubiera sido otra y yo no estaría
aquí, escribiéndola.
Asunción
Ibáñez - 2021
Me encantó tambien
ResponderEliminar