La gata y la
torcacita
Una tarde de invierno, el jardín está hermoso y la familia
está reunida como cada domingo.
Isabella, la nieta mayor, está sentada en la mecedora,
concentrada en la escritura de su diario. Para ella es algo nuevo y disfruta
contar su cotidianidad en esas bonitas páginas. A su lado la acompaña su gatita
mimada, la nota intranquila. Está agazapada bajo la mesa de piedra y en actitud
acechante. Isabella observa y no lejos de ahí, al pie del pino, nota a una
torcacita pequeña muy quieta. Se para e intenta hacerla volar por temor a que
Agatha, la gatita, la ataque, pero la torcacita no se mueve. Ella corre hacia la
cocina y avisa lo que acontecía en el jardín. Todos salen y dan muchas
opiniones: “¡Encierren a la gata!”, “La torcacita está herida”, “Habrá caído
del nido”. Intentan atraparla, pero se escapa apurando el paso.
Isabella es la más preocupada, confía en que su gatita no le
hará nada. La torcacita se ve detrás de unos vidrios enormes y la gatita la
espera de un lado y de otro. La niña se queda cuidando, pero confiando que todo
saldrá bien. Encerrar a la gatita no es solución pues se escapa por los techos,
además, está convencida que no le hará nada.
Llega la noche y todos se van a dormir. A la mañana
siguiente Isabella llama a la abuela y le cuenta que aprendió una lección. Pese
a ser su gatita mimada, lo salvaje lo lleva dentro, su mamá al limpiar encontró
el cuerpo inerte de la torcacita bajo la cama.
Elisa Alzerreca – 2024
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