LA PANDEMIA
Andrea se quedó mirando distraída el cuaderno de comunicaciones de uno de sus hijos, aunque los tres traían la misma notificación: se suspenden las clases por la amenaza de la gripe A, ese nuevo virus que ha mutado de los cerdos y ahora afecta a los humanos que carecemos de defensas. Pensó en su esposo, muerto meses antes, y en sus tres niños que ahora quedarían a cargo de empleadas y abuelas mientras ella trabajaba. La campana de la antigua capilla llamando a misa la sustrajo de sus pensamientos. Suspiró profundamente, se encaminó hacia la ducha, se dio un baño algo más que tibio, salió en bata con el cabello envuelto recién lavado oliendo a lavanda, y con un gesto de decisión tomó el teléfono y llamó: -Hola, ¿Grace? ¿Aún está libre el lugar para viajar con ustedes? ¡Bien, me alegro!
Y con una nueva sonrisa y un brillo en sus ojos de intenso verde cedrón, llamó a sus tres pequeños, y les dijo: -Chicos, nos vamos con los Martínez a Bariloche.
Los tres niños aplaudieron y vivaron la idea, pues no habían ido antes en invierno, siempre iban en verano pues a su padre le gustaba enormemente la pesca.
-¿Y mi cumpleaños? – preguntó el mayor de los niños.
-Lo celebraremos allí, será estupendo ¿no crees?- respondió Andrea.
-¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! –gritaron los tres chicos al unísono.
Tras dejar atrás dos días de intensos preparativos cargaron su vehículo con los esquíes y los bastones sobre la parrilla, las bolsas de dormir, la ropa de abrigo para la nieve, y los alimentos para cocinar, más una bondiola entera y una horma de queso, pan galletas y agua para el camino, sin olvidar una buena provisión de discos con música variada y partieron cuando aún no amanecía, mientras sobre la pampa una estela lila y otra azafrán anunciaban el alba, cantando viejas canciones y recordando viajes anteriores junto a su padre y esposo.
Paraban en las estaciones de servicio, dialogaban con los Martínez, sus dos niñas y el bebé, comían, bebían jugo de naranjas y pomelos que llevaban en una botella que según dicen provee vitamina C para prevenir la gripe, pero en realidad la tomaban por lo exquisito de su sabor.
Entrada la noche llegaron a Cinco Saltos y se dirigieron al Lago Pellegrini donde un amigo les había alquilado una casa de fin de semana con comodidades como para pasar la noche, y al entrar allí sintieron el inconfundible perfume de las milanesas crocantes de pescado fresco frito que, acompañado de pan tostado con ajo y aceite de oliva les supo a manjar y brindó las calorías necesarias para pasar la noche con temperaturas muy bajas, además del placer de degustar tan deliciosa comida.
Temprano reanudaron su viaje. Apostaban quien recordaba donde se habían detenido en viajes anteriores, en qué bosque, a la margen de qué río o qué lago, e incluso qué habían comido y revivían las hazañas que hacía su padre, en circunstancias difíciles o graciosas, mientras sus ojos se deleitaban con la vista de los cerros cubiertos por la nieve de julio, aunque solo en la parte más alta era propicio para la práctica del esquí, pues este año no ha sido de nevadas abundantes.
Una vez ubicados en la cálida cabaña de troncos en la ladera del Cerro Otto, se dedicaron a visitar lugares hermosos y cargados de recuerdos.
Junto al río Manso se ocuparon de romper el hielo con las botas, mientras las águilas moras, atraídas por la risa de los niños chapoteando en el agua, miraban extrañadas ese cuadro inusual. El más pequeño, por seguir a los grandes, se enterró en el barro de la orilla hasta más allá del límite de sus botas, así que se las sacó, junto a sus medias y sumergió los pies en el agua fresca del arroyo. Su madre lo tomó en brazos, le sacó el pantalón y lo llevó al cálido encierro del coche calefaccionado, que olía como talco sobre la piel de un bebé.
Regresaron a la cabaña donde el perfume a laurel inundaba la cocina, del estofado de pollo que Grace preparaba con el que festejarían el cumpleaños del niño mayor. Y éste contó: - Soñé con papá, venía a desearme feliz cumpleaños, sentí apenas el roce de sus labios. Tenía el sabor a la menta del caramelo.
Y tras un momento de expectante silencio, volvió la algarabía in crescendo como el silbido del tren que se aproxima a la estación.
Andrea pensó: ¡Gracias Dios! ¡Estamos completando nuestro duelo con amor!
AMI - 2009
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