¡A VOLAR!
Había una vez, en un
tiempo que los números no existían (esto es raro).
Y había una pequeñita,
tan pequeñita que ni siquiera con un microscopio podríamos verla, que quería
volar. (Esto es más raro todavía)
Ya había probado de varias
maneras, tomando gaseosa en cantidad, sin perder ni un poquito de gas, cerrando
su boca con fuerza, poniéndose dos corchos en las orejas y un broche para la
ropa en la nariz, para ver si flotaba tan siquiera un poquito, y no, no flotó.
También intentó atando
la cola de un volantín a una de sus trencitas, mientras una amiguita hacía
volar la cometa y otra soplaba y resoplaba para ayudar un poquito al viento… y
nada.
Intentó también
poniendo el ventilador de su abuelita ¡Que era enorme! A toda potencia,
mientras ella se había atado de manos y pies a la cortina del baño, poniéndose
de frente y cerrando los ojos esperando despegar… pero seguía con los pies en
el suelo y mucho frío, porque era invierno, y los ventiladores se usan en
verano.
Muy frustrada, se le
ocurrió que tenía que hablar con quien más sabía del tema. Así que se sentó en
el jardín de su casa y esperó. No tardó en llegar una mariposa muy oronda
posándose de flor en flor, y en una de sus vueltas se posó en la nariz de la
pequeña, que para poder verla tuvo que ponerse bizca, después de varios intentos
para dejar de verla doble, le preguntó:
-Disculpen hermosas mariposas ¡perdón! Hermosa mariposa -esto le pasaba porque algunas veces
veía una y otras veía dos –me gustaría que me contasen ¿cómo puedo
hacer para volar? Ya que veo, más o menos por la cercanía ¿vio? ¡Que ustedes lo
hacen muy bien!
La mariposa la miró
atentamente, con su patita delantera en la barbilla y el ceño fruncido por
largo rato, tan largo que tomó una siesta mientras tanto, y cuando se decidió a hablar
le dijo:
-¿Por qué no pruebas con ponerte antenas? ¡Veo con
preocupación que tienes demasiado pelo y pocas antenas! – y sin más se fue a una flor con menos
pelos y sin nariz.
La niña tomó
cuidadosamente unas ramitas finitas, muy finitas, que habían quedado en un
rincón después que un bicho palo había mudado sus patas traseras, aunque en
realidad no sé si los bichos palo mudan sus patas, pero se le parecían
bastante. Les puso dos pompones de colores que encontró en un costurero, las colocó
con mucho cuidado en su frente y para que se quedaran quietitas les puso un
poquito de miel que había quedado en el frasco con forma de osito, mientras su
hermanita le dibujaba una gran flor en el medio del patio, con un montón de
tizas de colores. Se sentó en el medio y esperó por si le venían ganas de
volar; pasó una hora, dos, y pasaron muchas mariposas que la miraron con
bastante curiosidad, pero no pasó nada.
-¡Me parece que era una mariposa mentirosa! –y pensó – mejor le pregunto al colibrí.
Descubrió uno en el
otro extremo del jardín. Era medio mañoso, porque algunas flores le gustaban y
otras no.
-Oiga señor colibrí, usted que sabe tanto y lo hace tan bien
¿Me podría enseñar a volar?
-¿Una niña tan grande y no sabe volar? ¡Wow! ¡Qué vergüenza!
–dio media vuelta y
se fue.
En eso venía caminando un pato
marrueco, luciendo sus hermosos colores y un precioso bamboleo de su cola al
caminar.
-¡Qué maleducado, cuac, el pajarito! ¿Quieres aprender a
volar? Yo te enseño.
La pequeña no entraba
en su ropa de alegría, que aunque era muy pequeña, su ropita era más pequeña
aun.
-¿Cuándo empezamos? Preguntó ella.
-¡Ya mismo! – Dijo el pato haciendo mil posturas que la niña imitó al pie
de la letra. Pero de repente salió de su pico un graznido estridente y con
mucha frustración le dijo: -¡Es que tú no
tienes pico! – y salió volando y rezongando.
En el instante en que
la niña se iba a dar por vencida, vio en una revista una promoción de vuelos en
avión a la Patagonia, y se dio cuenta que podía intentarlo comprando un boleto.
Y se fue cómodamente en un avión sin antenas y sin pico.
Y colorín colorado este
cuento aún no ha terminado.
Sella - 2018
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