MORIR
DIGNAMNETE
A principio de semana me dijeron que Alberto, que tiene cerca de
100 años, está muy deteriorado. En el geriátrico donde está internado no lo
atienden como debiera esperarse, y la persona que fue a verlo lo ha encontrado
sin camisa y con frío, al punto de que el anciano le había pedido que le
colocara su toalla por la espalda para paliar un poco su desabrigo. Contó
además que tenía una sonda para el orín y que no se la habían colocado bien por
lo que su cama había sufrido las consecuencias, además que come con mucha
dificultad pues el temblor de sus manos hace que se la derrame encima.
Esta persona me dijo que debía
visitarlo si quería verlo vivo, que ya en el cajón no serviría de nada. Le
contesté que no me sentía bien con ir a verlo y me respondió con dureza: “Te
haría bien, así dejás de pensar en vos por un momento” Esta respuesta me
molestó, motivo suficiente para meditar sobre ella y trabajarla en lo profundo.
¿Realmente no quiero verlo pensando
en mí? Posiblemente haya un gran
componente de ese sentimiento, pero algo más me ha estado molestando como si
tuviera una piedra en el zapato.
He recordado las ocasiones en que
Alberto y yo conversamos, en su amor a las poesías y a las anécdotas, a su
decir florido y en su sonrisa.
Estaba en ese proceso de reflexión
cuando sonó el teléfono, un familiar me avisaba que un primo querido había
muerto hacía dos días y que ya lo habían sepultado, pero que no avisaron pues
él lo había pedido así, sin personas que estuviesen fuera de su círculo
familiar más íntimo.
De pronto me imaginé en un
geriátrico, al cuidado de personas extrañas, desprolija, desaseada, oliendo a
orines, temblando de frío y derramando mi comida sobre mi pecho, y que en ese
momento llega una persona conocida, con la que he compartido buenos momentos
ocasionales, siento deseos de estar muerta dentro de un cajón, inmóvil, pero
con la mejor imagen que pueda tener un muerto. O quizás, que esté ya sepultado
mi cuerpo fuera de la vista de otras personas, que por más bien intencionadas
que estén, sólo traen su compasión.
Siempre he deseado que las personas
puedan morir dignamente. Que yo pueda morir dignamente. Y estar así expuesta no es mi idea de dignidad.
Asunción
Ibáñez - 2011
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