miércoles, 11 de noviembre de 2020

 

MORIR  DIGNAMNETE

 

            A principio de semana me dijeron que Alberto, que tiene cerca de 100 años, está muy deteriorado. En el geriátrico donde está internado no lo atienden como debiera esperarse, y la persona que fue a verlo lo ha encontrado sin camisa y con frío, al punto de que el anciano le había pedido que le colocara su toalla por la espalda para paliar un poco su desabrigo. Contó además que tenía una sonda para el orín y que no se la habían colocado bien por lo que su cama había sufrido las consecuencias, además que come con mucha dificultad pues el temblor de sus manos hace que se la derrame encima.

 

            Esta persona me dijo que debía visitarlo si quería verlo vivo, que ya en el cajón no serviría de nada. Le contesté que no me sentía bien con ir a verlo y me respondió con dureza: “Te haría bien, así dejás de pensar en vos por un momento” Esta respuesta me molestó, motivo suficiente para meditar sobre ella y  trabajarla en lo profundo.

 

            ¿Realmente no quiero verlo pensando en mí?  Posiblemente haya un gran componente de ese sentimiento, pero algo más me ha estado molestando como si tuviera una piedra en el zapato.

 

            He recordado las ocasiones en que Alberto y yo conversamos, en su amor a las poesías y a las anécdotas, a su decir florido y en su sonrisa.

 

            Estaba en ese proceso de reflexión cuando sonó el teléfono, un familiar me avisaba que un primo querido había muerto hacía dos días y que ya lo habían sepultado, pero que no avisaron pues él lo había pedido así, sin personas que estuviesen fuera de su círculo familiar más íntimo.

 

            De pronto me imaginé en un geriátrico, al cuidado de personas extrañas, desprolija, desaseada, oliendo a orines, temblando de frío y derramando mi comida sobre mi pecho, y que en ese momento llega una persona conocida, con la que he compartido buenos momentos ocasionales, siento deseos de estar muerta dentro de un cajón, inmóvil, pero con la mejor imagen que pueda tener un muerto. O quizás, que esté ya sepultado mi cuerpo fuera de la vista de otras personas, que por más bien intencionadas que estén, sólo traen su compasión.

 

            Siempre he deseado que las personas puedan morir dignamente. Que yo pueda morir dignamente. Y estar así  expuesta no es mi idea de dignidad.

 

           

                                                                                  Asunción Ibáñez - 2011

           

 

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