jueves, 10 de diciembre de 2020

 

                                                        LA FLOR DE LOS ALPES

 

Aunque lo tenía prohibido, me encantaba revolver los objetos que mi madre guardaba celosamente. Estaban atesorados en un viejo baúl de madera que emigró con nosotros desde Alemania.

 

Entre antiguas revistas, recuerdos de todo tipo, coloridas tarjetas, y manojos de cartas atados con cintas. Había, justo en el fondo del baúl, un libro de cocina de ajadas tapas de cuero. No eran sus recetas lo que despertaba mi interés, sino un tesoro escondido entre sus páginas. Era una flor en forma de estrella que, a pesar de estar seca, me deslumbraba por lo bella.

 

Supe algún tiempo después que se la había obsequiado a mi madre un noviecito de su adolescencia. Un día descubrió mi travesura. En lugar de retarme decidió contarme la leyenda de la misteriosa flor que la abuela de su abuela ya conocía.

 

-Había una vez una estrella que estaba muy aburrida de vivir en la oscura noche del firmamento, durante miles y miles de años. Y se quejaba de ello, con la luna, con la que no se llevaba nada bien-

 

Y así me contaba mi madre de como la estrella, viendo en la tierra tanta belleza, quería bajar para disfrutar de los verdes valles floridos y de los picos siempre cubiertos de nieve. La luna ya no soportaba sus lamentos y harta de escucharla decidió enviarla a la tierra en forma de flor. Pero lo hizo con cierta maldad. En vez de dejarla en alguno de los valles, la abandonó en el pico más alto de Los Alpes, y le negó un nombre.

 

Cerca de las montañas vivían dos jóvenes pastores. Edelweiss, que así se llamaba la pastorcita, era de una notable belleza. Era blanca como la nieve, de ojos grises, mejillas rosadas y largos cabellos, que resplandecían como un rayo de sol en la verde campiña.

 

Hans la miraba y admiraba desde lejos, en secreto, hasta que un día se animó a acercarse a ella. Tomó impulso y le declaró su intenso amor. Edelweiss lo escuchó atentamente y le agradeció sus lindas palabras, pero no le correspondió. En vez, le dijo que solo aceptaría el amor de aquel que le trajera una de esas misteriosas flores que crecen en las altas cumbres nevadas. Hans quedó desolado, pero no se dio por vencido: aceptó el desafío y partió rumbo a las montañas.

 

Pasaron los días, pasaron las semanas. Edelwaiss seguía mirando hacia arriba y esperando. Al ver que Hans no volvía decidió ir en su búsqueda. Como buena pastora, conocía bien los senderos de montaña, pero cuando ya estaba cerca de la cumbre, se desató una fuerte tormenta de nieve. Trató de refugiarse, pero la nieve ganó la batalla cubriéndola totalmente. Al día siguiente sus amigos pastores y algunos pobladores decidieron ir a rescatarla. La encontraron acurrucada, en posición fetal y sin vida con una flor en forma de estrella en la mano.

 

Desde entonces, la exótica flor tiene su nombre: la bautizaron Edelweiss. De Hans, lamentablemente, nunca se supo nada.

 

Pero es tradición, en esos pueblitos de los verdes valles, que un pretendiente le regale una edelweiss a su enamorada.

 

                                                                                    NELA BODOC - 2020

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