viernes, 8 de enero de 2021

 

Los dos trabajos

El que trabaja su campo sin horario ni descanso y se hace uno con la tierra mientras siembra su entusiasmo.

Saca fuerzas de sus llagas para picar en silencio, sin pensar en otra cosa que el trabajo que está haciendo.

En el que pone lo mejor sin buscar el resultado, y dolido por la piedra, vuelve a vestir sus sembrados.

Si ese que pone su ritmo puede decir su verdad, avalado por su yugo de sudor y dignidad, entonces escucharemos el sonido de su alma, y no habrá cómo objetar la verdad de su proclama.

Porque el trabajo así hecho termina por hacer surcos, en el manto de la tierra y del alma a la conciencia.

Siempre se oye al ocioso reclamar su petitorio, sea pobre o muy dichoso, reclama siempre el ocioso.

Al que no le importa más que su circuito pequeño, y que el resto se las arregle o vaya a parar al infierno.

De sofistas y poetas, impostores de letrados, algunos con gran estética y otros con postulados.

Unos buscan la admiración y otros darle un respaldo a lo que quieren justificar, por conveniencia o descaro.

¿Qué avala esos escritos de papel y tinta volado, otros plasmados en tierra de preconceptos viciados?

San Francisco conoció el yugo de sacrificio y sencillez, pocas palabras bastaron para inclinarme a sus pies.

El buscador de conciencia, sin descanso ni sosiego por encontrar la verdad, humillando nuestro ego.

Y con la misma pasión hacer trabajar el cuerpo, en un mundo material, sin delegar ese esfuerzo.

A ese quiero escuchar, ni poeta ni sofista, un buscador de verdad que aprende en las dos aristas.

Evadir el trabajo duro para dedicarse a pensar, es aprehender las migajas que recibe el haragán.

Evadir el trabajo interno aturdiéndose en la pala, es recibir materiales y dejar sin nada el alma.

Gandhi limpiaba los baños después de dar sus discursos, ahí estaba su equilibrio: teoría y trabajo duro.

Eugenia pegaba ladrillos para construir un templo, y luego las oraciones para completar ese esfuerzo.

Pocos conocen a Eugenia, que es una entre tantas otras, que estaban muy ocupadas para andar con petitorios.

Su verdad está escrita en hechos de los que somos testigos, un tremendo postulado para aprender por los siglos.

A ellos quiero escuchar, ni poetas, ni sofistas, un buscador de verdad que aprendió en las dos aristas.

Rubén Ferrero.

Mis respetos a la Señorita María Eugenia Medawar, pilar indiscutida de nuestra obra. GRACIAS.

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