Los
dos trabajos
El que trabaja su campo
sin horario ni descanso y se hace uno con la tierra mientras siembra su
entusiasmo.
Saca fuerzas de sus
llagas para picar en silencio, sin pensar en otra cosa que el trabajo que está
haciendo.
En el que pone lo mejor
sin buscar el resultado, y dolido por la piedra, vuelve a vestir sus sembrados.
Si ese que pone su
ritmo puede decir su verdad, avalado por su yugo de sudor y dignidad, entonces
escucharemos el sonido de su alma, y no habrá cómo objetar la verdad de su
proclama.
Porque el trabajo así
hecho termina por hacer surcos, en el manto de la tierra y del alma a la
conciencia.
Siempre se oye al
ocioso reclamar su petitorio, sea pobre o muy dichoso, reclama siempre el
ocioso.
Al que no le importa
más que su circuito pequeño, y que el resto se las arregle o vaya a parar al
infierno.
De sofistas y poetas,
impostores de letrados, algunos con gran estética y otros con postulados.
Unos buscan la
admiración y otros darle un respaldo a lo que quieren justificar, por conveniencia
o descaro.
¿Qué avala esos
escritos de papel y tinta volado, otros plasmados en tierra de preconceptos
viciados?
San Francisco conoció
el yugo de sacrificio y sencillez, pocas palabras bastaron para inclinarme a
sus pies.
El buscador de
conciencia, sin descanso ni sosiego por encontrar la verdad, humillando nuestro
ego.
Y con la misma pasión
hacer trabajar el cuerpo, en un mundo material, sin delegar ese esfuerzo.
A ese quiero escuchar,
ni poeta ni sofista, un buscador de verdad que aprende en las dos aristas.
Evadir el trabajo duro
para dedicarse a pensar, es aprehender las migajas que recibe el haragán.
Evadir el trabajo
interno aturdiéndose en la pala, es recibir materiales y dejar sin nada el
alma.
Gandhi limpiaba los
baños después de dar sus discursos, ahí estaba su equilibrio: teoría y trabajo
duro.
Eugenia pegaba
ladrillos para construir un templo, y luego las oraciones para completar ese
esfuerzo.
Pocos conocen a
Eugenia, que es una entre tantas otras, que estaban muy ocupadas para andar con
petitorios.
Su verdad está escrita
en hechos de los que somos testigos, un tremendo postulado para aprender por
los siglos.
A ellos quiero
escuchar, ni poetas, ni sofistas, un buscador de verdad que aprendió en las dos
aristas.
Rubén
Ferrero.
Mis
respetos a la Señorita María Eugenia Medawar, pilar indiscutida de nuestra
obra. GRACIAS.
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