miércoles, 17 de febrero de 2021

  

CONOCIMIENTOS Y CREENCIAS

 

            Tenía ocho años y vivíamos en una finca de las tantas que hay en Mendoza cuando descubrí las creencias.

            Fue un día en que, no sé por qué, mi madre no estaba y yo era el ama de casa en ese momento. Inesperadamente llegó a casa un tío abuelo, de nacionalidad siria, que después de los saludos dijo que necesitaba dejar a mis padres un recado importante por lo que me pidió llamara a un adulto, llamé a mi tío Alberto que vivía en la misma propiedad a unos doscientos metros de casa y que compartía tareas con mi padre.

            Mi tío abuelo Mustafá me pidió agua para beber, pero mi creatividad de niña me hizo imitar lo que había visto hacer en otras oportunidades a los adultos: servir un vaso de vino, costumbre muy común en la zona. Más mi tío abuelo, muy afectuosamente lo rechazó por razones religiosas.

Una vez que se hubo marchado pregunté a mi tío Alberto qué había querido decir, y mi confusión aumentó cuando le oí decir: “Sería una excusa, porque tiene cara de que le gusta la bebida”. No sé si sólo sería una ironía, pero a mi me quedó un océano de dudas. 

Cuando lo consulté con mi padre, me explicó que las personas creemos lo que nos han enseñado nuestros padres y maestros, y que eso es lo que nos permite tener conductas aceptables con los demás, aunque a veces juzgamos equivocados a quienes tienen otro modo de comportarse, como en ese caso. 

Todo se aclaró en ese momento. Había descubierto las creencias.

Pasaron muchos años y mantuve ese paradigma en mi cabeza. Las creencias religiosas, políticas, o de cualquier otra índole dividen a las personas y a las sociedades. Pero nunca me plantee que había creído (convertido en una creencia) el conocimiento obtenido en una aclaración que me brindaron a los ocho años.

 

                                                                                  Asunción Ibáñez

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