Lluvia con sol
El
viernes pasado, durante una fuerte tormenta, dejé entrar a una mujer joven y
dulce a mi comedor porque no tenía dónde protegerse del frío. Había salido a
dar un paseo para disfrutar del aire libre y la había sorprendido la lluvia.
Aunque
era aun de día se había cortado la luz, así que la dejé un momento sola para
buscarle una manta. Al volver la encontré a media luz, meditando, con la cabeza
gacha, lo que me inspiró mucho cariño, sentía que me estaba transmitiendo un mensaje.
Le
convidé un café caliente, me daba confianza su mirada. Me contó que se llamaba
Mariela, y comenzó a halagar las bondades del lugar donde había estado
paseando. Con su descripción, empecé a disfrutar del perfume del pasto mojado,
la suavidad de la brisa fresca, el “chic chic” de las últimas gotas que caían,
la claridad de los colores del bosque…, todo le inspiraba una melodía armoniosa
que elevaba su espíritu y la sintonizaba con la esencia de su vida: la fe.
Había
pasado mucho tiempo hospitalizada y ahora decía poder apreciar la belleza de la
Naturaleza, era bióloga y encontraba en cada planta, en cada flor, en cada
pino, una enseñanza que nunca había logrado captar antes.
Cuando
paró la lluvia decidió retirarse antes de que anocheciera. Agradecida por la atención
me regaló una flor silvestre que descubrió a un costado de la vereda; me dijo
que con el calor del sol se volvería a abrir como si el cielo la llamara a jugar
con sus colores.
Yo,
que vivía sola, siempre me gustó la tranquilidad; pero aquella visita me
despertó una amistad hacia esa mujer de pelo largo, menuda, reflexiva,
que aunque parecía no haber dicho nada, creó en mí un renovado mundo de
ilusiones y esperanzas en aquel triste y fuerte día de tormenta.
Gaby
- 2014
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