lunes, 17 de mayo de 2021

 

Lluvia con sol

El viernes pasado, durante una fuerte tormenta, dejé entrar a una mujer joven y dulce a mi comedor porque no tenía dónde protegerse del frío. Había salido a dar un paseo para disfrutar del aire libre y la había sorprendido la lluvia.

            Aunque era aun de día se había cortado la luz, así que la dejé un momento sola para buscarle una manta. Al volver la encontré a media luz, meditando, con la cabeza gacha, lo que me inspiró mucho cariño, sentía que me estaba transmitiendo un mensaje.

            Le convidé un café caliente, me daba confianza su mirada. Me contó que se llamaba Mariela, y comenzó a halagar las bondades del lugar donde había estado paseando. Con su descripción, empecé a disfrutar del perfume del pasto mojado, la suavidad de la brisa fresca, el “chic chic” de las últimas gotas que caían, la claridad de los colores del bosque…, todo le inspiraba una melodía armoniosa que elevaba su espíritu y la sintonizaba con la esencia de su vida: la fe.

            Había pasado mucho tiempo hospitalizada y ahora decía poder apreciar la belleza de la Naturaleza, era bióloga y encontraba en cada planta, en cada flor, en cada pino, una enseñanza que nunca había logrado captar antes.

            Cuando paró la lluvia decidió retirarse antes de que anocheciera. Agradecida por la atención me regaló una flor silvestre que descubrió a un costado de la vereda; me dijo que con el calor del sol se volvería a abrir como si el cielo la llamara a jugar con sus colores.

            Yo, que vivía sola, siempre me gustó la tranquilidad; pero aquella visita me despertó una amistad hacia esa mujer de pelo largo, menuda, reflexiva, que aunque parecía no haber dicho nada, creó en mí un renovado mundo de ilusiones y esperanzas en aquel triste y fuerte día de tormenta.

Gaby - 2014

 

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