miércoles, 25 de agosto de 2021

 

    La hora de la verdad

Todos tenemos, mal que nos pese, nuestra hora de la verdad. Y les cuento por qué.

Hace algunos años me invitaron a un baile organizado por la cooperadora de una escuela en una zona rural, muy alejada de donde vivía. La amiga que me invitó lo hizo con toda la intención de ayudarme a superar  el estado depresivo en el que había quedado después de un gran engaño, pues el hombre que me parecía a todas luces el ideal resultó ser un gran fabulador.

Acepté la invitación con la intención secreta de mentir; si los hombres lo hacen tan descaradamente ¿Por qué yo no? más en ese lugar nadie me había visto nunca y posiblemente no volverían a verme. Llegamos al lugar y todos los jóvenes me parecían toscos e insignificantes con sus rostros bronceados por el sol y sus ropas fuera de moda, claro que los estaba comparando con el mentiroso al que pretendía olvidar, que vestía y hablaba tan bien.

Un joven se acercó y me invitó, muy cortés, a bailar. Comenzamos la danza y para iniciar la conversación me preguntó de dónde era, y mentí al respecto, y también sobre mi familia, mis viajes al exterior y mi auto último modelo. Después de escuchar en silencio me preguntó dónde trabajaba y contesté sin dudarlo: “Maestra, mejor dicho, directora de una escuela primaria.”

Me miró con curiosidad y pensé que se me había ido la mano, por lo que agregué: “Interina”.

“¿Dónde?” preguntó.

“En la escuela Teresa Blanco, de Las Plantillas” –la que quedaba muy lejos de allí.

“¡Qué raro, soy el subdirector de esa escuela y nunca te he visto!”

                                                                                                   Elba - 2004

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