El mar y yo.
Último día de vacaciones familiares en la costa chilena. Sentados en ronda, tomábamos mate y nos reíamos haciendo resumen de las anécdotas vividas.
Mi nieto más chiquito estaba solo a orillas del mar, bravío, que rugía su impotencia porque no podía ir más allá del límite que la propia naturaleza le imponía. Me angustié porque pensé que el nene iba a intentar entrar al agua, o caerse sin querer, entonces fui a acompañarlo en esa extraña despedida que él había buscado en silencio y solo.
La que en un segundo impensado estaba en el agua era yo. La arena se deslizaba suavemente bajo mis pies, abandonándome sin avisar; sin remordimiento me dejaba sola, sin piso. Cada nueva ola que llegaba con su ritmo perfecto me tapaba completamente.
Mis pensamientos y emociones se detuvieron, y casi también mi corazón. No podía gritar, sumergida en el mar, la boca era un terrible agujero negro por donde entraba el agua salada y agresiva.
Ese ir y volver incesante del
agua sonaba como un trueno que anuncia una tormenta; pero no había tormenta, ni
había de dónde asirse. Sólo agua ¿Será así estar en el aire, flotando, saliendo
de la gravedad, sin cuerpo, sin tiempo, sin llanto?
Clara
Molina - 2020
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