martes, 9 de noviembre de 2021

 

                                                            El mar y yo.

 

Último día de vacaciones familiares en la costa chilena. Sentados en ronda, tomábamos mate y nos reíamos haciendo resumen de las anécdotas vividas. 

Mi nieto más chiquito estaba solo a orillas del mar, bravío, que rugía su impotencia porque no podía ir más allá del límite que la propia naturaleza le imponía. Me angustié porque pensé que el nene iba a intentar entrar al agua, o caerse sin querer, entonces fui a acompañarlo en esa extraña despedida que él había buscado en silencio y solo.

La que en un segundo impensado estaba en el agua era yo. La arena se deslizaba suavemente bajo mis pies, abandonándome sin avisar; sin remordimiento me dejaba sola, sin piso. Cada nueva ola que llegaba con su ritmo perfecto me tapaba completamente.

Mis pensamientos y emociones se detuvieron, y casi también mi corazón. No podía gritar, sumergida en el mar, la boca era un terrible agujero negro por donde entraba el agua salada y agresiva.

Ese ir y volver incesante del agua sonaba como un trueno que anuncia una tormenta; pero no había tormenta, ni había de dónde asirse. Sólo agua ¿Será así estar en el aire, flotando, saliendo de la gravedad, sin cuerpo, sin tiempo, sin llanto?

 De repente, una mano fuerte me toma de un brazo, empiezo a escuchar gritos, voces; miro y veo caras conocidas, angustiadas. Así, a los tirones, peleando con las olas, me sacaron de ese pozo sin sentimientos en donde me había hundido. Temblaba, mis rodillas castañeteaban como los dientes cuando hace mucho, mucho frío. No sentía nada. Estaba saliendo de una anestesia mortal que me había atrapado sin mi consentimiento.

 Miré hacia atrás, hasta donde se yergue el torso líquido del mar, él iba a seguir incansable en su danza eterna. Me tumbé en no sé dónde, me arroparon, me dieron agua, agua dulce. ¡Qué rica!

 Pensé, quizás el agua tenga tanto frío como yo, siempre ahí, siempre sola, sin que nadie pueda arroparla.

 Una gaviota planeaba incansable por encima de nuestras cabezas y por sobre las olas, ¿O era un avión? ¿Ya no distinguía entre uno y otro?

 A veces la vida nos pone a prueba sin aviso y nos quedamos ahí perplejos ante semejante desafío. ¿Por qué? ¿Para qué? No hay respuestas.

 

                                                                              Clara Molina - 2020

 

 

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