El personaje
Cecilia
Cecilia era tan pequeña que muchos querían protegerla de
todo mal, sin embargo, era casi imposible por tan movediza y alegre, todo lo
transformaba poniéndole brillo y color a las cosas que había en la casa, todo
servía: sillas, almohadones, cuadros, camas, se transformaban en tren, avión, cohete o castillo; su imaginación
era genial.
Tratando de modular las canciones de moda iba a veces a un
pequeño restaurante a cantarle a las parejas que comían allí.
Su pelo negro, sus ojos oscuros y atentos, a los que no se
les escapaba nada, podía distinguir fácilmente la expresión de cada persona y
muchas veces percibir su dolor o enojo.
Los cuentos le llegaron desde muy pequeña diciendo –Papá,
cuéntame un cuento- y siempre él explicaba que era el único que sabía, pero el
placer de escucharlo y ese pequeño momento de estar juntos, era lo máximo.
Cuando se enfermaba, Cecilia pedía cuentos y más cuentos, y
así su imaginación crecía en un mundo de hadas, princesas, magos y bosques encantados.
Un día le tocó ir a la escuela, y no fue lo que esperaba
realmente, pues la directora que estaba en la puerta era una vieja bruja llena
de granos y verrugas, con cara de enojada. La maestra, siempre seria y
castigadora hacia volar los borradores de madera por los aires, y a veces a los
chicos más grandes los hacía parar al lado del pizarrón, diciéndoles inútiles y
vagos.
En una clase Cecilia se quedó después de hora por no haber
estudiado la lección. Ahí vio como la larga mesa con sus bancos se iban
quedando vacíos, los niños huían riendo del lugar; pero también venía la
oscuridad, a medida que las luces de las bombillas se apagaban porque estaban
en un sótano. Todo lo que decía para salvarse fue inútil, pero los gritos y
lágrimas llegaron a oídos de su madre que la esperaba afuera. Ella no dijo
nada, pero la abrazó, y besó con tanto cariño que todo quedó atrás.
Sin embargo, la bruja directora los amenazaba cada día
diciendo que ella era domadora de niños y no dudaría ni un minuto en ponerles
la cabeza bajo el agua fría si se portaban mal.
Una vez llegó una nenita pequeña como Cecilia, con trencitas,
y al rato extrañó a su mamá y como lloraba la llevaron para adentro.
Reapareció antes de la salida con su carita de miedo, el
pelo mojado y su respiración entrecortada. Cecilia fue la única que se acercó
para abrazarla. La bruja la miró mal, nadie se movía, todos petrificados en sus
asientos, ni un solo ruido. Afortunadamente entró su mamá y no quiero repetir
todo lo que les dijo a las brujas, se fue para nunca más volver.
Gracias a Dios una vecina le recomendó a la mamá de Cecilia
otra escuela cercana donde mandaba a su hija. Tenía que llevar guardapolvo
blanco y eso era lindo.
Así fue que el día del comienzo la recibió una señora alta y
morena, que dijo ser la vice-directora, que se reía mucho y era muy simpática, y les
pareció que esta escuela sería mejor. Cecilia hizo una prueba con muchas
cuentas, problemas y oraciones y lo hizo todo bien, entró a tercer grado.
Cuando vio el salón con ventanas que daban al jardín y los
pequeños pupitres donde iba a tener una compañera de banco, se le alegró el
alma, todo era magnifico no hacía más que contarle a sus padres la maravilla de
la escuela nueva donde no había que darse vuelta para mirar la pizarra.
Esa noche soñó que tenía un don para alegrar a los niños. Se
transformó en maestra y fue llamada la profe de los cuentos con la promesa de que
siempre los defendería.
Mirta
Fernández – 2021
Qué historia! Pobres ninez!
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