jueves, 9 de diciembre de 2021

 

La anécdota

 

 Un grotesco tropezón

Era una noche del mes de Diciembre, cálida y perfumada. Bajé del micro cerca de las 22hs, con los brazos cargados con varias bolsas de mis compras navideñas.

Cuando llegué a la primera esquina de mi barrio noté el aire fresco que exhala el viñedo que está enfrente del mismo. Caminé por la angosta vereda, algo oscura y solitaria, a paso firme por la ansiedad de llegar a mi casa.

Las luminarias estaban semi ocultas por las copas de los árboles que en esta época están muy frondosas. La vereda estaba desdibujada por las negras sombras.

Ya estaba por la mitad de la cuadra, a solo setenta metros de mi vivienda cuando, de pronto, sentí que se terminó el sendero. Caí de bruces sin soltar los paquetes ¡Que golpazo! Quedé tendida en el piso, sin entender qué había pasado, qué me había llevado por delante. Enseguida lo supe. Una forma oscura había pegado un salto gimiendo lastimeramente.

Era un perro, todo negro, que dormía en medio de la vereda. Era imposible verlo a causa de la sombra de un enorme paraíso.

Por suerte, una parejita de novios que estaban saliendo de su casa, corrieron a auxiliarme. Me ayudaron a levantarme y me entregaron mis anteojos que habían caído a tres metros. Estaban preocupados por mi estado.

Los tranquilicé mostrando mis raspones en las rodillas, codos y mentón, sin aparentemente, nada grave. En el fondo, creo que estaban haciendo grandes esfuerzos por no estallar de risa. Pocas cosas son tan reideras como una caída sin graves consecuencias.

Les agradecí y me fui a mi casa lo más rápidamente posible, a pesar de las magulladuras. Era un poco más doloroso el papelón.

¡Cada vez que paso por el lugar o veo a mis vecinos, me da mucha, pero mucha risa, recordando esa situación tan ridícula!

                                                                                                              Nela Bodoc - 2020

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