La anécdota
Un grotesco tropezón
Era una noche del mes de Diciembre, cálida y perfumada. Bajé
del micro cerca de las 22hs, con los brazos cargados con varias bolsas de mis
compras navideñas.
Cuando llegué a la primera esquina de mi barrio noté el aire
fresco que exhala el viñedo que está enfrente del mismo. Caminé por la angosta
vereda, algo oscura y solitaria, a paso firme por la ansiedad de llegar a mi
casa.
Las luminarias estaban semi ocultas por las copas de los
árboles que en esta época están muy frondosas. La vereda estaba desdibujada por
las negras sombras.
Ya estaba por la mitad de la cuadra, a solo setenta metros
de mi vivienda cuando, de pronto, sentí que se terminó el sendero. Caí de
bruces sin soltar los paquetes ¡Que golpazo! Quedé tendida en el piso, sin
entender qué había pasado, qué me había llevado por delante. Enseguida lo supe.
Una forma oscura había pegado un salto gimiendo lastimeramente.
Era un perro, todo negro, que dormía en medio de la vereda. Era
imposible verlo a causa de la sombra de un enorme paraíso.
Por suerte, una parejita de novios que estaban saliendo de
su casa, corrieron a auxiliarme. Me ayudaron a levantarme y me entregaron mis anteojos
que habían caído a tres metros. Estaban preocupados por mi estado.
Los tranquilicé mostrando mis raspones en las rodillas,
codos y mentón, sin aparentemente, nada grave. En el fondo, creo que estaban
haciendo grandes esfuerzos por no estallar de risa. Pocas cosas son tan
reideras como una caída sin graves consecuencias.
Les agradecí y me fui a mi casa lo más rápidamente posible,
a pesar de las magulladuras. Era un poco más doloroso el papelón.
¡Cada vez que paso por el lugar o veo a mis vecinos, me da
mucha, pero mucha risa, recordando esa situación tan ridícula!
Nela Bodoc - 2020
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