martes, 4 de enero de 2022

 

Cuento


Esa tarde gris

 

Era una tarde de invierno, fría y gris.

La niña veía, a través de la ventana, como el viento agitaba las copas de los árboles. Su madre le ordenó que se quedara en su cuarto. La noche anterior, había tenido unas líneas de fiebre.

Volvió a sus dibujos y siguió coloreandolos, muy concentrada. Amaba pintar, nada le gustaba más. Se notaba que tenía dotes artísticas.

Sobre la puerta del placar, estaba pegada su reciente obra de arte, el retrato de su papá.

Un pajarito se posó en la ventana cantando alegremente para atraer la atención de la pequeña.

Ella seguía pintando, pero finalmente escuchó el dulce mensaje que le pareció muy bello. Y se quedó un largo rato con su carita pegada al vidrio, para escuchar mejor. De pronto, una ráfaga muy fuerte empujó a la pequeña ave que desapareció de la ventana.

La niña temió que algo catastrófico le hubiese ocurrido y comenzó a llorar amargamente.

Después de un rato, unos golpecitos en el vidrio la sacaron de sus penas. Había vuelto el pajarito que siguió alegrándole la tarde.

Ella se preguntó si pudiera ser que fuese inmortal, tal vez, como las hadas de los cuentos.

Se sintió muy afortunada por volver a oír su canto. Y que a pesar de lo gris y oscuro de esa tarde de invierno, todo parecía volverse más luminoso en el cuarto.

Ya no dolía tanto que su padre no la hubiese venido a buscar ese fin de semana. Le costaba entender esa ausencia. La vida es algo intrincada para una niña de cinco años.

Solo el amor la puede hacer un poco más sencilla.

Como el canto de un pajarito en su ventana.

 

Dulce pajarito, que traes tu canción

besando mis penas solitarias,

cántame unas cien plegarias

que curen mi pequeño corazón.


Nela Bodoc


 

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