Cuento
Esa tarde
gris
Era una tarde de invierno, fría y gris.
La niña veía, a través de la ventana, como el viento agitaba
las copas de los árboles. Su madre le ordenó que se quedara en su cuarto. La
noche anterior, había tenido unas líneas de fiebre.
Volvió a sus dibujos y siguió coloreandolos, muy
concentrada. Amaba pintar, nada le gustaba más. Se notaba que tenía dotes
artísticas.
Sobre la puerta del placar, estaba pegada su reciente obra
de arte, el retrato de su papá.
Un pajarito se posó en la ventana cantando alegremente para
atraer la atención de la pequeña.
Ella seguía pintando, pero finalmente escuchó el dulce
mensaje que le pareció muy bello. Y se quedó un largo rato con su carita pegada al
vidrio, para escuchar mejor. De pronto, una ráfaga muy fuerte empujó a la
pequeña ave que desapareció de la ventana.
La niña temió que algo catastrófico le hubiese ocurrido y
comenzó a llorar amargamente.
Después de un rato, unos golpecitos en el vidrio la sacaron
de sus penas. Había vuelto el pajarito que siguió alegrándole la tarde.
Ella se preguntó si pudiera ser que fuese inmortal, tal vez,
como las hadas de los cuentos.
Se sintió muy afortunada por volver a oír su canto. Y que a
pesar de lo gris y oscuro de esa tarde de invierno, todo parecía volverse más
luminoso en el cuarto.
Ya no dolía tanto que su padre no la hubiese venido a buscar
ese fin de semana. Le costaba entender esa ausencia. La vida es algo intrincada
para una niña de cinco años.
Solo el amor la puede hacer un poco más sencilla.
Como el canto de un pajarito en su ventana.
Dulce pajarito, que traes tu
canción
besando mis penas solitarias,
cántame unas cien plegarias
que curen mi pequeño corazón.
Nela Bodoc
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