Anécdota
Las palabras respiran vida.
Hace sesenta
años, en un viaje a Buenos Aires, mi prima me condujo a una institución
bancaria que funcionaba en un edificio antiguo, donde atendían al público en
ventanillas con rejas, para realizar una operación.
Al parecer
ella conocía al cajero, pues le preguntó cómo estaba y él, con cierta ironía le
contestó: ¡Y, ya ves, aquí, enjaulado, prisionero! -Poniendo énfasis en la
última palabra, en el momento que terminaba mi trámite y desocupaba el lugar y pasaba la siguiente persona, una señora que seguía en la fila, que miró
asombrada al cajero mientras dejaba que unas lágrimas escaparan de sus ojos. Al
extender su mano para su trámite quedó a la vista un tatuaje en su muñeca con
el número del campo de concentración nazi.
Creo que nos
fuimos en silencio, sin siquiera saludar.
Asunción - 2021
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