jueves, 3 de marzo de 2022

 Historias

 

LA GALLINA ANACLETA

 

Nació en el invierno del año 1968.

Primeramente semi-empollada por su madre gallina. En un gallinero casero de gallinas ponedoras en el campo de Don Vila en el Carrizal, Mendoza, Argentina (hoy cubierto por las aguas del Dique El Carrizal).

Dicho campo era alquilado para la cría de ganando por el padre de la familia Persia, quienes residían en Godoy Cruz en ese momento y estaba constituida por cuatro hijos con edades de 2, 5, 7 años las niñas y 9 el mayor y único varón.

La familia viajaba los fines de semana y el encargado, Don Vila, nacido en el lugar, era quien criaba las gallinas para su propio consumo. Esas incursiones al campo eran una fiesta para nosotros; no faltaban los asados en una parrilla improvisada sobre el piso de tierra apisonada, las sopas de tortuga en ollones grandes que apreciaban solo los lugareños.

Aprender a montar a caballo o al menos intentarlo y también en los terneros más pequeños, privilegio del que podían disfrutar sólo los hijos del encargado del lugar y el hijo varón de la familia mostrando su destreza y coraje, aunque no sin porrazos de por medio. La hija mayor siempre lo intentaba, y aunque la madera estaba, siempre terminaba en amagues y limitándose a observar lo fuerte y corajudo que era su hermano más grande.

No faltaban los tábanos, muy molestos, cerca de los charcos que se formaban alrededor de los corrales donde el mayor atractivo era la cantidad enorme de sapitos recién nacidos, que los niños disfrutaban juntándolos de a puñados y guardándolos, a escondidas de sus padres, en los bolsillos amplios de sus jardineras de jean, donde era difícil retenerlos ya que saltaban para escaparse y se perdían por el camino, de modo que al llegar al auto para emprender la vuelta a casa ya no quedaba ninguno.

¡Pero ese día en particular la picardía del niño les trajo una de las sorpresas más hermosas! En el viaje de vuelta a casa, cuando un huevito semi-empollado se encontraba ésta vez en el bolsillo del pantalón de jean del niño mayor, y que ya piaba, como pidiendo auxilio… Gracias a lo cual la familia advirtió su existencia, pero no se explicaban de dónde provenía ese sonido, mucho menos de un bolsillo, mientras el niño dormía profundamente exhausto por todo lo vivido durante el día. Momento en que no faltó el reto de la madre que lo despertó y lo obligó a dárselo para ponerlo a salvo.

Durante el resto del viaje no faltaron conjeturas de si nacería, de si debía permanecer en el bolsillo del niño que con su calor lo mantenía vivo pero también corría el riesgo de ser aplastado. Por lo que prosiguió el viaje en la gaveta del auto, y a disgusto de los niños que confiaban más en que había que mantener el calorcito y soñaban en que llegara vivo para verlo nacer, aunque dudaran mucho que pudiera llegar a término.

Ya en la casa rápidamente se tomaron medidas para que terminara de empollar: se lo colocó con mucho cuidado en una cajita de cartón rellena de algodón y ésta sobre la cocina cerca de dos hornallas encendidas que se mantuvieron así para proveerle calor, ante la observación fascinada de los tres pequeños que veían cómo el huevo se iba a grietando y los padres descreídos aún de que el nacimiento tuviera éxito por las horas que había pasado lejos del calor de su madre.

Transcurrido un rato y con las miradas aún clavadas en él huevo se escuchaba aún el piar del pollito que estaba asomando. Los niños con los ojos brillantes de la emoción, y ansiosos por que nada saliera mal, no durmieron esa noche; horas durante las cuales el pollito al fin nació, rompió su cascarón y salió, como todos: mojado y pelado. Donándoles una de las experiencias más emocionantes de sus vidas.

Al día siguiente los tres niños iban al colegio y desde ese día en lo único que pensaban era en volver a la casa para ver cómo estaba su recién nacida mascota, cuyo nacimiento habían dichosamente presenciado y hasta los padres se habían emocionado.

Los días pasaban y el pollito crecía. Eran días en que era una constante que los niños, mientras estaban en la escuela, soñaban con volver a su casa para verlo.

Bellos y alegres días soleados, y los plumones amarillos brillantes que iban apareciendo, al calor de ese tibio sol sobre el patio de baldosas rojas de la casa, como esperándolos para que admiraran su progreso. ¡Con los días se convirtió en un pompón suave y hermoso!

El pollito creció y creció hasta convertirse en una gallina, que hábilmente huía por todo el patio para no ser atrapada por los niños que corrían detrás de ella. Por lo que se deduce que no habrá sido tan feliz como los niños.

Se decidió que había que bautizarla (ponerle un nombre) el cual pasó a ser “Anacleta” puesto al azar por los niños y que por cierto le pegaba ese nombre, sonaba gracioso, como su aspecto, pero quién sabe por qué justo ese les vino a la mente. Hoy recordando su historia y buscando información sobre el origen del nombre supe que proviene del griego y que significa el “invocado” o “solicitado” … si bien fue escogido con inocencia, tiene sentido.

El tiempo transcurrió y un día Anacleta se perdió. Los mayores, incluida la abuela de la casa, insistían en que se había perdido. Corría el año 1969.

Ese día, en la casa de campo de los abuelos maternos en Potrerillos, se preparó cazuela de gallina…

No está registrada la fecha exacta de su muerte, pero años después se descubrió por los testimonios de los adultos de la familia que ella coincide con la de su misteriosa desaparición. Transcurridos unos años, cuando el mayor de los hijos ya había alcanzado la edad de 15 años, los mayores decidieron decirles la verdad a los niños de la familia.

Después de eso lo único que se recuerda es el llanto desconsolado del joven y la explicación de la abuela diciendo que era la costumbre que se matara a la gallina cuando se hacía grande, para comerla; que después de eso no tenía otro destino.

De más está decir que tenían puntos de vista diferentes: para unos, mascota, y para otros, comida,  lo cual empeoró las cosas… Se concluye que la pobre Anacleta nunca conoció a un ser de su misma especie.

Anacleta fue recordada por siempre entre las mascotas más amadas por esos niños, hoy adultos (casi mayores).

                                                                                            
                                                                                        Patricia Persia - 2020 

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