EL SEÑOR DEL DESTINO
Ser un Señor del Destino no es fácil, y sobre todo cuando se es tan anciano como yo, aunque tiene la ventaja de acumular muchos recuerdos y de conocer todas las mañas que los hombres imaginan. Cada ser humano nace con un sinnúmero de posibilidades y debe forjarse su destino, y para ayudarles estamos los Señores del Destino.
Recuerdo allá por 1960 me tocó trabajar con un tal Torres,
un pobre personaje que tenía sobrados motivos para estar muy agradecido por
todos los favores que el Destino le había otorgado, pues era un tipo feo, de
mal carácter y medio retraído y a pesar de todo se había forjado una carrera de
contable y se había casado con una linda chica que además era hija del dueño
del supermercado donde consiguió un buen puesto, el de tesorero de una de las
sucursales que abrieron a
Este señor creyó que podía torcerme el brazo, ignorando que a un Señor del Destino nadie puede torcerle ni siquiera un dedo sin sufrir las consecuencias, aunque en apariencia haya ganado, y este pobre, ni siquiera ganó.
El pobre infeliz, que no debía serlo porque tenía todo para ser feliz, ideó una forma de hacerse de dinero que dependía nada menos que del azar, como si alguien se hubiera hecho rico con eso.
Cada fin de semana sacaba de la caja fuerte fondos que
llevaba al casino y apostaba, y a veces ganó unas pequeñas sumas, pero la
mayoría de las veces perdía, entonces, cuando regresaba sacaba de las cajas de
las pobres cajeras pequeños valores con los que cubría sus propias pérdidas,
por lo que debí ingeniarme en buscar en aquellas chicas alguna que no estuviera
tan asustada ni creyera en supersticiones, y le induje que tomara precauciones
tomando nota de la numeración y cantidad de billetes en su caja, y lo dejara
todo adentro de la misma, y cuando ella descubrió el resultado lo comunicó a
sus amigas y todo volvió a la normalidad para ellas, no así para el ingenioso
estafador que perdió su puesto, su familia y su dignidad.
Ama Riba - 2003
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