Descripción
Fiestas de
amor y risas
Hace muchos años que vivo en un país que no es mi tierra
natal pero del cual me enamoré desde que llegué y adopté feliz sus costumbres y
tradiciones.
De todos modos hubo una de esas costumbres de mi niñez y
juventud que quedó grabada en mi corazón y mi mente hasta el día de hoy y la
extraño cada vez que llega fin de año, las reuniones familiares para celebrar
Navidad y Año nuevo.
Nunca más pude volver a experimentar esos sentimientos que,
seguramente a la distancia, se vuelvan más felices e incomparables. Cada fin de
año, aparte de recordarlas, les cuento a mis hijos, mis nietos y a quienes me
rodean en esos momentos cómo festejábamos en mi niñez estas fiestas.
A pesar de los muchos años que han pasado desde aquellos
momentos, cada noche buena y cada víspera de año nuevo vuelvo a saborear, en mi
imaginación, aquellas garrapiñadas y turrones que llenaban la mesa al acercarse
las doce; al inigualable pan dulce que amasaba mi tía María y horneaba en su
horno de barro.
Preparo ensalada de frutas tratando de emular el infaltable
clericó que coronaba, junto con la sidra, esas celebraciones y a pesar de que
le coloco la infaltable granadina no se parece en nada a aquel preparado que
además de endulzarnos la boca nos alegraba el cuerpo y el alma.
Seguramente las reuniones se hacían en la casa de mi tía
María, hermana mayor de mi mamá y su esposo el tío Salvador, porque la casa era
grande, había mucho espacio y sus corazones eran más grandes que todas nuestras
casas juntas.
El tío Salvador tenía una característica física muy peculiar:
tenía labio leporino, y a pesar de las insistencias de mi papá, que había
conseguido que lo operaran gratis, nunca lo hizo. Esta particularidad no
impedía que él fuera el más divertido de la familia, que nos hiciera reír a
toda la chiquillada que nos juntábamos en esas fiestas y que él también se
riera a carcajadas con una gran inocencia.
Como era de esperar en esas celebraciones no podía faltar
algo de pirotecnia. Niños y grandes gozábamos intensamente, sobre todo de las
famosas cañitas voladoras y las picantes estrellitas, pero había un episodio
que se repetía año a año y que, menos las señoras, esperábamos ansiosos y
estaba indefectiblemente a cargo del tío Salvador.
Cada año el momento era cuando todas las mujeres mayores y
jóvenes de la familia se reunían en la cocina para preparar con dedicación las
delicias que habían traído para el evento. La cocina tenía, además de la puerta
correspondiente, otra con tela metálica que daba al patio, lugar en que, con
gran complicidad nos escondíamos los chicos y algunos no tan chicos para
disfrutar de la escena.
Sigilosamente Salvador entreabría la puerta y lanzaba
adentro de la cocina los simpáticos llamados “ busca pies” que sorpresivamente
comenzaban a recorrer la cocina lanzando sus chispas por todos lados, pasando a
veces entre las piernas de alguna dama, que no alcanzó a subirse a una silla,
entre gritos y palabras de enojo, menos risas. Las carcajadas eran afuera, y
las más estruendosas las del tío Salvador.
Anamá - 2022
Consigna: Sacudiendo
el árbol genealógico.
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