lunes, 6 de junio de 2022

 

BIOGRAFIA DE DOLLY

 

Mi hermosa gata. Mi amada gata. Y yo que la amaba tanto, la tuve que poner a dormir, un 21 de setiembre, no recuerdo el año ni la hora.

La llevé en su porta-casita a la veterinaria, con la esperanza de que la operaran, que se pudiera hacer algo. Nada se podía hacer, salvo evitarle más sufrimiento. La había pisado un vehículo.

Tres días antes, después de haberla buscado infructuosamente, regresó no sé ni cómo, casi arrastrándose hasta donde estaba su mamá humana. Ella, que era la pulcritud total, siempre limpia, brillante, bien peinada, estaba ahí, en un costado de la vereda mirándome, sucia, despeinada. La alcé, la llevé adentro, la coloqué en su camita. Se levantó no sé ni cómo y fue hacia el arenero, ahí se quedó. No podía orinar, ni beber, ni comer. Tal vez esperé demasiado, creyendo que se recuperaría solita.

Creo que han pasado dos años, no puedo recordarlo. Pero está aquí en mi memoria, la sigo extrañando y me sigo sintiendo culpable. Yo la saqué de su hábitat de diez años donde era andariega, libre, hermosa. Lo hice porque no podía seguir viviendo en ese lugar, no quería que ellos se fuesen muriendo y quedar un día sola ¿Me equivoqué? Tal vez, no lo sé, ella pagó mi precio.

Hace algún tiempo, en los años jóvenes, solía salir a caminar temprano por el Acceso Este, con una de mis perras: Duna. Una de las tantas veces, al regresar a casa, pasando por el kiosco de revistas y flores, la vi a ella. Era tan bella, chiquita, negra y blanca. Con la puntita de la nariz negra en su carita casi blanca. Hacía unos movimientos típicos en los gatos, de fregarse en forma cadenciosa, una y otra vez en una de las puertas verdes del kiosco.

Amor a primera vista, aunque soy una enamoradiza. No fue lástima como tantas veces que recogí animales. Fue seducción. Pregunté de quien era, dijeron que de nadie, que había aparecido ahí esa mañana y temían lo que pudiera pasar cuando vinieran los numerosos perros de la zona. Me acerqué para acariciarla y aceptó encantada el contacto de mis manos.

La alcé y no opuso la menor resistencia. Se acurrucó seductora en mi pecho, mientras  Duna observaba. La llevé directo a la Veterinaria. Ese día había dos profesionales, la revisaron y se dejó hacer cualquier cosa, pero en cuanto la soltaban venía hacia mí ¡Cómo no amarla! La desparasitaron, la encontraron perfecta y confirmaron que era hembra. Compré el alimento y partimos las tres. Ningún susto al caminar por las calles ruidosas, transitadas; en mis brazos parecía que yo era suya desde siempre.

Al llegar a casa, salió a recibirnos la muy numerosa familia perruna, nada de gatos pues habían muerto hacía varios años. Los ocho la recibieron como una más, se movió adentro como quien vive en el lugar desde siempre. La llamé Dolly. Siento que ellos traen el nombre y de algún modo me lo dan a conocer. Se acostó conmigo, por supuesto, y se encargó de peinarme y lamerme la cabeza. Me caminó entera, hizo sus arrumacos y nos dormimos.

A los quince días los perros y yo estábamos contagiados de tiña. Ella era portadora asintomática, los demás nos llenamos de ronchas, ampollas. Todos, incluida Dolly hicimos tratamiento y nos curamos.

Fue tremenda de traviesa y al mismo tiempo era un deleite mirarla. Además bravísima en las peleas de gatos, a veces volvía con la oreja cortada, pero no escarmentaba. Cazadora como ella sola, mil veces le pude sacar los gorriones de la boca.

 Un día se cayó de la medianera sobre una tuna, intentando escapar del perro del vecino. ¡Pobrecita, tenía espinas hasta en los costados de la carita! Se las dejó sacar sin intentar escapar. Otro día desapareció y escuché ladrar al perro de ese vecino. Le toqué el timbre y le pedí ver si mi gata estaba ahí, la había perdido. Me respondió que si hubiera entrado a su casa, el perro ya la habría triturado. Insistí y ahí estaba: el perro la había acorralado en una esquina, pero no la tocó ¡Dolly! ¡Dolly! Son tantas las anécdotas de ella y de todos, que podría escribir varios libros bellos.

 Varios años antes que ella estuvieron Gatito y Gatina, Serafín y Perlita.

Simultaneo a ella, Gama y Beta. Cuando traje a estos hermanitos, Dolly se enojó de tal modo conmigo que se fue por tres meses. Desesperada la busqué por todo el barrio y no dí con ella. La señora que me ayudaba en esa época me dijo un día: “En cuánto usted se fue, Dolly apareció. Comió, tomó agua, se acostó y cuando se dio cuenta que usted venia, se fue.” Ahí recobré la paz. Era cuestión de dejarle comida, leche, agua y ella lo consumiría cuando yo me fuese a dormir. Un día, no sé por qué, me perdonó y volvió como si nada, se acostó conmigo y todo siguió como siempre, solo que ahora habían dos gatos más. Pero ella era mi favorita y la pícara lo sabía.

A veces me dolían mucho las piernas y al acostarme era muy molesto e intenso el dolor, sobre todo la pierna izquierda. Ella aparecía, saltaba a la cama y se ponía a amasar mi pierna, justo en ese lugar que me dolía.

Sea éste mi homenaje para ti, mi gata hermosa y para toda esa multitud de animales que me acompañaron y partieron con muerte natural o tuve que ponerlos a dormir. ¡Espantosa experiencia!

Ellos me acompañaron y acompañan en mi larga vida. Siempre fieles, leales absolutos, agradecidos, amorosos, comprensivos.

Cuánto tenemos los humanos que aprender de ellos.

Gracias mis hermanos animales, por hacerme más dulce, más cálida la vida. Y perdón por todos los errores que por ignorancia cometí. Gracias mis amigos.

 

                                                        Teresa Columna - 2020

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