Cuento
UNA LEYENDA
Había una vez una niña tan pequeñita, pero tan pequeñita que
andaba a los saltitos por las calles para alcanzar a sus amigos que corrían y
jugaban sin verla.
Una noche la niñita se sintió sola, pero muy sola. Se fue a
su casa y empezó a llorar, y lloró y lloró tanto que sus lágrimas llegaron al
suelo y empezaron a rodar hacia una puerta.
La puerta daba a la calle y la lágrima más grande pegó un
salto y cayó en la vereda. Allí se quedó un momento pensando. El perfume del
jacarandá la llenó toda; pero había otro perfume, otro olor más penetrante: era
el mar, la lágrima, que acababa de nacer, no conocía el mar y como era muy
curiosa empezó a girar sobre sí misma para quedar frente a ese aroma mezcla de
sal, de peces, de altas olas.
Allá enfiló suavecito, reflejando una estrella que la miraba
sorprendida. Un hombre la vio y, admirado, trató de atraparla. ¡Cómo te
resbalas en mis manos!, pensó, la retuvo e intuyó que era una lágrima. ¿Qué
historia tendrá guardada en su memoria de sal?
La mano blanda la sostuvo y la llevó más cerca del mar. Allí
se resbaló, se perdió entre unas piedras en la oscuridad de una selva umbrosa.
¿Dónde estaba su estrella?, la que la cuidaba. Perdida entre
las hierbas del polvoriento camino, puso empeño y siguió su instinto, su
intuición de lágrima de dolor, y despacito siguió rodando hasta que llegó a la
orilla del mar. El sonido que de allí venía la estremeció y tuvo miedo. Ahí
sintió su soledad. Estaba oscuro. No llegaban las luces de la noche.
Su estrella la vio, porque las estrellas ven todo, y mandó
un rayo de luz a la lágrima asustada. La luz la envolvió y esa gotita redonda
de pena y de sal se convirtió en una estrella pequeñita que brillaba allá en el
cielo.
Clara Molina - 2022
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