lunes, 18 de julio de 2022

 

Teatro            

                       

 

EL MANDATO

 

Personajes:

SILVIA  GONZÁLEZ: comisaria, 45 años, linda.

AGENTE DE POLICÍA: edad indefinida, desprolijo en el vestir.

RICARDO PEREYRA: 80 años, detective jubilado.

GENEROSO PIOTTI: 30 años, gerente del banco y novio de Amable

AMABLE LÓPEZ: 25 años, tesorera del banco, hija de la comisada y novia de Generoso

PACÍFICO OTERO: 40 años, sereno del banco.

 

La acción transcurre en una desordenada oficina, con armarios atiborrados de expedientes y un escritorio con montañas de carpetas y papeles, un termo, un mate, una bandeja de cartón con algunas masitas, más un espejo y un frasquito de esmalte. SILVIA GONZÁLEZ una mujer de 45 años, linda y bien arreglada a pesar de vestir uniforme con rango de comisario, habla fuerte mientras se pinta una uña que mira sin atenderla demasiado, mordisquea una masita, camina unos pasos, se sirve un mate que lleva en su mano, camina de un lado a otro en su monólogo, mientras un AGENTE DE POLICÍA la escucha. 

 SILVIA GONZÁLEZ: (enarbolando una media luna en su mano derecha mientras da vueltas por el escenario) A ver, revisemos nuevamente: ¿Qué se nos está escapando? A ver, agente, escúcheme y dígame si algo no encaja. A las tres de la madrugada el agente de guardia, en ese caso usted, recibe el llamado desesperado del sereno del Banco Nuevo diciendo que lo han asaltado. ¿Voy bien?

AGENTE DE POLICÍA: (asiente sin decir nada)

SILVIA GONZÁLEZ: (se mira al espejo de ambos lados de la cara y apoyándolo bruscamente sobre el escritorio vuelve a pasearse por el escenario) Usted envía inmediatamente un patrullero al Banco y me informa por teléfono, y manda otro móvil a buscarme. Yo me visto, le dejo una nota en la mesita de luz a mi hija y me voy en el auto policial que me lleva derecho al Banco. Allí todo el mundo habla al mismo tiempo: no han forzado nada, pero sí han maniatado al sereno, y en vez de robarse algo han dejado dentro de la bóveda una  bolsa con doscientos cincuenta mil dólares. ¿Los hechos sucedieron como lo estoy diciendo?

AGENTE DE POLICÍA: (Asiente sin decir nada.)

SILVIA GONZÁLEZ: (Deteniéndose bruscamente y señalando al agente con dedo acusador) ¿Y que he tenido que hacer? Recurrir a la experiencia de mi viejo maestro Ricardo Pereyra, quien me hizo enamorar de esta profesión, para que me ayude en el esclarecimiento de este misterio, porque yo me siento impotente, y todos mis subalternos son incapaces de encontrar un elefante en una bañadera, así que veremos que tiene para decirme mi padrino, que ya debe estar por llegar. Vaya no más, agente, y avíseme cuando llegue mi querido Ricardo.

Sale el agente del escenario por una puerta del decorado y la comisaria queda sola, se pinta las uñas, se mira al espejo y vuelve a pasearse impaciente hasta que la puerta se abre y el agente se asoma.

AGENTE DE POLICÍA: (abriendo la puerta desde afuera y con tono marcial anuncia) ¡Llegó el detective Pereyra, mi comisaria!

SILVIA GONZÁLEZ: (Moviéndose diligente hacia la puerta)  ¡Que pase! ¡Que pase! ¡Adelante, padrino! (Y al agente) Vaya no más, agente. Lo llamo si lo necesito. (Besa al  recién llegado a modo de saludo y con impaciencia pregunta) ¿Descubrió algo? ¡Por favor, dígame que sí!

RICARDO PAREYRA: (sentándose con dificultad en una silla) Bueno, m´ija, lo primero que hice fue entrevistar a todo el mundo que tuvo algo que ver esa noche, comenzando por Pacífico Otero, el sereno, que me dio la pista de lo sucedido pero no el motivo de tan extraño suceso. Me contó que al dar las dos se sirvió un café como acostumbra hacer para no quedarse dormido, y en ese momento sintió que lo amenazaban con un arma en la nuca y una voz visiblemente deformada le ordenaba que se sentara y el otro malhechor lo maniató en silencio y lo dejaron encerrado. Una hora después logró soltarse y salir pero ya no había nadie.

SILVIA GONZÁLEZ: (con tono y gestos impacientes) ¿Pero quién fue, padrino? ¿Lo descubrió?  ¡Por favor, dígame! ¡No me deje con esta incertidumbre!

RICARDO PAREYRA: (Con gesto conciliador) ¡Cálmese, pues m´ijita, que todo se va a saber a su tiempo!  Haga venir a todos los que estuvieron involucrados esa noche, al sereno, al gerente del banco y a la tesorera. Cuando estemos todos se lo voy a decir.

SILVIA GONZÁLEZ: (abriendo la puerta del decorado) Agente, llame a mi hija, a Piotti y a Otero, los necesito a todos aquí en menos de 20 minutos.

AGENTE DE POLICÍA: (desde afuera) ¡Sí mi comisaria, a la orden!  (Se lo escucha tomar el teléfono y citar a las tres personas para que se presenten en forma inmediata)  Hola, ¿con el Banco Nuevo? De la comisaría, Señorita, dígales al sereno, al gerente y a la tesorera que se presenten a la mayor brevedad posible en la comisaría que la comisaria los está esperando

SILVIA GONZÁLEZ: (nerviosa y algo histérica) ¡Ay, padrino, de veras que estoy muy intrigada con todo, por favor, dígame si lo descubrió!

RICARDO PAREYRA: (Con una risita sarcástica) Ya le dije que se calme, que todo se va a aclarar a su tiempo. 

Se abre la puerta y el agente hace pasar a las tres personas citadas. 

AMABLE  LÓPEZ: (con gesto de desconfianza) ¡Hola tío! ¡Hola mamá! ¿De qué se trata todo esto?

GENEROSO PIOTTI: (algo intranquilo) Buenas tardes ¿Hay buenas noticias?

PACÍFICO OTERO (indiferente) Buenas tardes.         

SILVIA GONZÁLEZ: Pasen y siéntense,  que  el detective Pereyra nos tiene noticias y quiere que todos las oigamos. (Y dirigiéndose al anciano) ¡Por favor, díganos!

RICARDO PAREYRA: (se pone de pie con dificultad  y comienza a hablar con solemnidad) Ustedes saben que en estos cuarenta y cinco días me he dedicado a investigar, los he interrogado varias veces, he leído los libros contables del banco desde que se fundó y he revisado todas las noticias importantes del diario local desde que se creó hasta la fecha. (Hace una larga pausa mientras se pasea de un lado a otro, incómodo por lo que tiene que decir)

SILVIA GONZÁLEZ: (Al borde de la histeria) ¡Por favor, señor! ¡No nos haga esperar más! 

RICARDO PAREYRA: (Muy serio) Los agentes comprobaron que nada había sido violentado y que todo se cerró normalmente. El Intendente del Banco asegura que nadie puede ingresar sin dos juegos de llaves, que están en manos de distintas personas. La tesorera dice que el tesoro no puede abrirse en siete minutos porque la acción de retardo está programada en quince, lo que indica que cuando atacaron al sereno el mecanismo ya se había puesto en marcha. Por lo tanto, aquí estamos todos los que de alguna manera somos responsables de lo sucedido, sólo falta uno, el verdadero culpable, porque está muerto.

 AMABLE  LÓPEZ: (con voz aflautada por la emoción) ¿Qué? ¡Pero si nadie murió en el asalto! 

RICARDO PAREYRA: (con tono imperativo) Por favor, les ruego que no me interrumpan. Cuando el banco se cerró, dos personas simularon salir pero se quedaron adentro, esperaron hasta que faltaran ocho minutos para las dos de la madrugada y accionaron la apertura del tesoro, y a las dos en punto redujeron y encerraron al sereno, atándolo de modo que pudiera soltarse al poco tiempo.

SILVIA GONZÁLEZ: Entonces los atracadores son del personal del Banco. 

RICARDO PAREYRA: Así es, m´ijita, y una de ellas es Amable, tu hija, y el otro es Generoso, su novio. (Se desata una gran confusión donde todos hablan al mismo tiempo, se levantan de sus sillas y tarda en volver el orden) Pero ellos lo hicieron por mandato.

SILVIA GONZÁLEZ: (extremadamente angustiada) ¡No puede ser, mi hija dormía profundamente cuando la policía me llamó!

RICARDO PAREYRA: (mirando fijamente a la contadora)  Esa era su coartada, en realidad recién se acostaba.

SILVIA GONZÁLEZ: (a punto de desmayarse, se apoya sobre el escritorio) ¿Cómo es eso? ¡Acláremelo, por favor, padrino!

RICARDO PAREYRA: (con parsimonia como quien cuenta un cuento) Hace muchos años, este Banco sufrió un atraco que nadie pudo aclarar, faltaron 90.000 dólares que se habían recibido para construir un hospital en Llanos Verdes y que, a causa de esto, nunca se pudo hacer. En un pueblo chico como éste algo se ponía en evidencia, alguien cambiaría su modo de vida o se iría a vivir a otro lugar, pero nada de eso sucedió. Entonces el doctor Luis Piotti, promotor del proyecto del hospital viajó a la Capital y trató infructuosamente de conseguir otra partida para hacer el hospital, pero volvió con las manos vacías. Hace un mes que Don Luis murió, y todo el pueblo lo honró. He aquí la clave del asunto: le dio a su nieto el mandato de devolver el dinero que en 1929 él depositara en un banco de la Capital, y que se han convertido con el tiempo en los 250.000 que Generoso, con la complicidad necesaria de Amable, ya que cada uno poseía una de las dos llaves para abrir el tesoro, han introducido  en el Banco de un modo poco ortodoxo.

SILVIA GONZÁLEZ: (desplomándose en una silla con un suspiro) ¡Dios mío, quien lo hubiera imaginado!

Silencio en todos los presentes durante varios segundos.

RICARDO PAREYRA: (con una sonrisa y tono de alegría) ¡Podemos decir que llegó el tiempo de construir el hospital! 

Cae el telón. 

 

                        Marta Ibáñez – 2011

 

 

 

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