Una vez…
Hace muchos, muchos años, mi hija mayor, Elisa, era
chiquita, muy distraída ella, muy distraída yo.
Se enganchaba con cualquier grupo de niños que estuviera
jugando cerca y se quedaba allí como si ella también fuera parte del grupo.
Estábamos en el Mercado Central de Mendoza. Ese día lo
recuerdo como un lugar inmenso. Así se me representa: inmenso y lleno de gente.
Yo estaba comprando algo, de pronto me acuerdo de mi hija y
no estaba allí.
Empecé mentalmente a buscarla y recorrer el lugar con los
ojos. No la veía. El pánico se iba apoderando de mí. El corazón galopaba en mi
pecho como caballos salvajes. Empezaron a latir mis sienes. No hay terror más
fuerte, ni miedo, ni pánico más horrendo que creer que perdiste a tu hija.
Con un esfuerzo tremendo empecé a caminar. Visualizo el
lugar perfectamente, como si fuera hoy. El camino se me hizo tan largo que me
faltaba el aire.
Ya lloraba, ya oraba, balbuceaba su nombre. Por un momento
fue como si la mente quedara inmóvil
sobre un punto fijo, no razonaba, no pensaba; la tierra, el mundo se detuvo.
Caminé por un túnel oscuro hacia la otra punta del mercado,
y allí estaba con la boca entreabierta siguiendo unas niñas que tenían globos
de colores.
¿Qué se hace ahí? No recuerdo. Encontrarla fue otro tiempo,
otra vida, otra yo, otra ella.
Silencio, sin palabras, ni sonidos, ni rumores, tomé su
manita en mi mano.
Hijita querida, así quedaste siempre. Aún sostengo tu mano.
No te vayas. No me olvides.
No te distraigas .No me distraigo.
Clara Molina - 2022
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