Recuerdos de una mujer que fue mi inspiración
Tuve dos abuelas que fueron la inspiración de sus hijos y
toda la familia. La que vivió en mi casa, la mamá de mi mamá, la abuelita Tata,
era la mujer más buena y amorosa que he conocido en mi vida.
Ella llegó de España con dos hermanos. Sus padres habían
muerto. Recordaba a su mamá que había muerto “de pena” cuando mandaron a la
guerra a dos de sus hermanos; ellos volvieron pero ella ya no estaba. Nunca
mencionó a su padre.
Cuando llegó a la Argentina debe haber tenido 15 ó 16 años.
Una jovencita miedosa que no conocía nada de estas tierras. No sé cómo llegó a
Mendoza ni por qué. ¡Nunca se me ocurrió preguntarle! Probablemente ya con mi
abuelo, decidieron emprender el camino al desierto.
Siempre recordaba su primer vivencia en Mendoza con los
temblores y terremotos y así lo contaba: “Antes de un terremoto, la tierra
quedaba callada y quieta, a la espera de lo que venía. Después se oía el rodar
de piedritas, los perros ladrando y de golpe, con un ruido áspero y
desesperado, todo se movía de un lado al otro. La tierra parecía viborear. Se
abrían zanjas a nuestros pies. El miedo me paralizó parada justo debajo del
marco de la puerta.: Todo tronaba y se desmoronaba, paredes y casas. El polvo
cubrió todo lo que existía, respirar era casi imposible, tos, ceguera y
asperezas. Hasta que pasó y se volvió por entero a la normalidad.”
¿Fue feliz con aquél hombre, mi abuelo? ¿Qué pensaba
mientras criaba a sus cinco hijas?
Nunca se me ocurrió preguntarle. En mi casa, ya viuda, nunca
hablaba de él ni de nadie. No se quejaba. Su vida había sido trabajo continuo y
punto. Siempre sonriente y cantando pedazos de zarzuelas, que todavía aún
recuerdo. La primera tarea de la mañana era ocuparse de las plantas y atender
la jaula de los canarios que era enorme (por lo menos para mí en ese momento
era inmensa). Cuando florecía un clavel rojo, se le iluminaba la cara. Sus ojos
brillaban como si estuviera viendo su vieja Valencia cubierta de flores.
Me contaba cuentos y me enseñaba secretos de la cocina.
Cuando yo llegaba de la escuela o de algún otro lado, me recibía
sonriente y con los brazos abiertos listos para el abrazo. Para mí, la Tata era
toda amor y yo sentía su cariño y esperaba el abrazo. Le preguntaba si me
extrañaba sabiendo esperezada la respuesta afirmativa.
¡Qué mujeres fuertes y geniales fueron aquellas abuelas!
Dieron su vida por los mandatos que la familia o la sociedad les había
impuesto: trabajar, tener hijos, atenderlos, criarlos, educarlos y ¡el marido
al lado!
A pesar de todo lo sufrido y vivido, mi abuelita Tata era un
sol. A la distancia, su presencia era como una abstracción tremenda.
Cuando murió y su luz se apagó, el duelo fue inenarrable.
Con un gesto de asombro, se despidió su ser del cuerpo para siempre, y ahí quedamos,
mirándola, esperando que milagrosamente, se despertara, abriera sus ojos y volviera
a sonreír ¡Esperanza vana!. Dolor, llanto, y duelo.
Amor por la familia, sonrisas, cantos alegres, cuidados por
todo lo viviente, esa fue su herencia. Ese era su perfume, el que aún desprende
su recuerdo,
Clara Molina -2023
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