Fábula
EL ESPEJO
EL espejo sonrió travieso, ocultó la imagen que acababa de
reflejarse en su nítida superficie junto con todos los otros recuerdos claros y
vivos que guardaba celoso.
Allá en la profundidad del campo configurado en el fondo de
su superficie, todavía se besaban los amantes apasionados y las madres,
orgullosas, mostraban a sus hijos pequeños vestidos de domingo.
Una tirada gris contaba cuentos de una joven perdida.
Otra jovencita sonreía y bailaba juguetona como las hojas de
otoño con el viento.
Más tarde, allá a lo lejos, combatientes de otros tiempos,
hundían sin piedad sus lanzas en el pecho de un viejo.
El espejo impasible esperaba la llegada de un pájaro negro
que venía a comer el alpiste de los otros pájaros enjaulados y, más aún,
esperaba a su amigo, un zorrito sonriente que venía con la noche a mirarse,
vanidoso, en la superficie bruñida mientras aguardaba en vano la presencia de
una linda compañera de andanzas. Pero, al primer ruido que se escuchara en la
casa, se iba corriendo sin volver la vista atrás. El zorrito sabía cuidarse.
El espejo sin voz lo llamaba a su lado. ¡Se sentía tan solo!
A pesar de la multitud de seres que atesoraba en su seno. Todos pasaban de
largo. Lo miraban de reojo y seguían.
¿Qué habría contado el espejo si hubiera podido hablar?
¿Revelaría secretos por nadie conocidos, o se haría el misterioso, intrigante
por antonomasia y contaría fábulas para niños pequeños y curiosos?
El espejo sabía demasiado, sentía demasiado, había vivido
demasiado tiempo; pero no podía expresarse, como los seres autistas. Quizás el
único que lo comprendía era el zorrito amigo, pero también huía y lo dejaba
solo.
Moraleja: No por mucho saber, ni por mucho atesorar,
se puede tener amigos con quién compartir y charlar.
Clara Molina –
2023
No hay comentarios:
Publicar un comentario