viernes, 22 de septiembre de 2023

 

Uso de refranes

 

Las recetas de la abuela

                Una abuela con su nieta acostumbraban conversar mientras hacían el almuerzo; tanto charlaban que era como “matar dos pájaros de un tiro”, conversar y cocinar.

            “Haz bien y no mires a quien”, le solía decir la abuela cuando se trataba de que la niña fuera a hacer las compras, pues siempre le tocaba hacer esa tarea. Al principio era como “ir de mal en peor”; su abuela recién llegaba a su nuevo hogar y no sabía aconsejarle qué era lo mejor para sus comidas. “Es más papista que el Papa”, refunfuñaba la niña.

            Al volver de su compra, la abuela, bien temprano, se ponía a cocinar dulces, salsas, envasados y todo lo que necesitara la familia para alimentarse al llegar de cosechar en el campo.

-¿Por qué empiezas tan temprano? Podrías ponerte a leer el diario o a tejer- le cuestionaba a su abuela.

-“Al que madruga, Dios lo ayuda”- contestaba la señora, y de inmediato la ponía a pelar las verduras. “De tontos y locos todos tenemos un poco”, se solía decir la pequeña.

Charlaban de novios, de escuela, de amiguitos, todo lo que pudiera despertar en la niña la atención necesaria para que se educara bien, “y de golpe y porrazo” la abuela pisó una cáscara de zapallo y empezó a sacudirse por todos lados para no caer.

La niña rompió a carcajadas, y la abuela, tomando compostura dijo: “lo cortés no quita lo valiente”, y tuvo que recoger y limpiar las cáscaras pisadas y desparramadas del suelo. Conteniendo la risa, seguía burlándose, “mala yerba nunca muere”.

Realizaba estas tareas todos los días, su abuela era estricta en ese sentido y aprendió a decirle adecuadamente las indicaciones de su compra. Ya se había hecho un ritual antes de comenzar sus tareas escolares.

Un día la abuela quiso hacer una receta diferente, necesitaba hacer “al pie de la letra” lo que ésta decía, así que anotó a su nieta las medidas exactas y el lugar donde comprar cada ingrediente.

Cuando la niña llegó a la dietética y fue recibida por un hombre muy mayor, con gruesos anteojos. Ella pidió lo que necesitaba, pero el hombre, “más perdido que turco en la neblina”, estaba tan desorientado en su nuevo negocio, que en lugar de semillas de lino le dio semillas de sésamo.

La abuela meticulosa no dejaba de refunfuñar, “le dio gato por liebre”, se quejaba, pero ante la mirada inocente de su nieta, optó por hacerle especialmente unos pancitos en los que pondría esas semillas de sésamo. ¡A la niña “se le hacía agua la boca”! ¡Qué contenta estaba! Y saborearon juntas los pancitos calientes entre amigables conversaciones.

Años más tarde, cuando la pequeña se hizo una bella joven, comenzó a cocinar ella misma las recetas que había aprendido, y le dio a sus  nuevas comidas ese toque de viejo y buen cocinero que nunca más olvidaría.

 

María Gabriela Medawar – 2014.

 

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