Uso
de refranes
Las recetas de la abuela
Una
abuela con su nieta acostumbraban conversar mientras hacían el almuerzo; tanto
charlaban que era como “matar dos pájaros
de un tiro”, conversar y cocinar.
“Haz
bien y no mires a quien”, le solía decir la abuela cuando se trataba de que
la niña fuera a hacer las compras, pues siempre le tocaba hacer esa tarea. Al
principio era como “ir de mal en peor”;
su abuela recién llegaba a su nuevo hogar y no sabía aconsejarle qué era lo
mejor para sus comidas. “Es más papista
que el Papa”, refunfuñaba la niña.
Al volver de su compra, la abuela,
bien temprano, se ponía a cocinar dulces, salsas, envasados y todo lo que
necesitara la familia para alimentarse al llegar de cosechar en el campo.
-¿Por
qué empiezas tan temprano? Podrías ponerte a leer el diario o a tejer- le
cuestionaba a su abuela.
-“Al que madruga, Dios lo ayuda”-
contestaba la señora, y de inmediato la ponía a pelar las verduras. “De tontos y locos todos tenemos un poco”,
se solía decir la pequeña.
Charlaban
de novios, de escuela, de amiguitos, todo lo que pudiera despertar en la niña
la atención necesaria para que se educara bien, “y de golpe y porrazo” la abuela pisó una cáscara de zapallo y
empezó a sacudirse por todos lados para no caer.
La
niña rompió a carcajadas, y la abuela, tomando compostura dijo: “lo cortés no quita lo valiente”, y tuvo
que recoger y limpiar las cáscaras pisadas y desparramadas del suelo. Conteniendo
la risa, seguía burlándose, “mala yerba
nunca muere”.
Realizaba
estas tareas todos los días, su abuela era estricta en ese sentido y aprendió a
decirle adecuadamente las indicaciones de su compra. Ya se había hecho un
ritual antes de comenzar sus tareas escolares.
Un
día la abuela quiso hacer una receta diferente, necesitaba hacer “al pie de la letra” lo que ésta decía,
así que anotó a su nieta las medidas exactas y el lugar donde comprar cada
ingrediente.
Cuando
la niña llegó a la dietética y fue recibida por un hombre muy mayor, con
gruesos anteojos. Ella pidió lo que necesitaba, pero el hombre, “más perdido que turco en la neblina”,
estaba tan desorientado en su nuevo negocio, que en lugar de semillas de lino
le dio semillas de sésamo.
La
abuela meticulosa no dejaba de refunfuñar, “le
dio gato por liebre”, se quejaba, pero ante la mirada inocente de su nieta,
optó por hacerle especialmente unos pancitos en los que pondría esas semillas
de sésamo. ¡A la niña “se le hacía agua
la boca”! ¡Qué contenta estaba! Y saborearon juntas los pancitos calientes
entre amigables conversaciones.
Años
más tarde, cuando la pequeña se hizo una bella joven, comenzó a cocinar ella
misma las recetas que había aprendido, y le dio a sus nuevas comidas ese toque de viejo y buen
cocinero que nunca más olvidaría.
María Gabriela Medawar –
2014.
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