Juicio y prejuicio.
Me encontraba sola a la espera del micro, en la ruta, donde
los autos pasaban indiferentes, a las
siete de la mañana.
Llegó un hombre de mediana edad, de no muy buen aspecto, tez
morena, cabello largo y opaco, vestido con ropa gastada y algo sucia. Me miraba
con insistencia, como si quisiera hacer alguna pregunta o iniciar conversación,
lo que me ponía algo nerviosa.
Luego llegó un joven, de unos veinte años, bien vestido con
ropa y zapatillas de marca, corte de pelo a la moda y, como joven de esta
época, celular en mano, que ni nos miró pero me sentí más segura.
El hombre mayor se acercó al joven y le pidió que buscara en
su teléfono cuánto faltaba para que llegara el colectivo, y mientras el chico
buscaba en su celular el dato, el hombre comentó: “Yo tenía celular, pero me asaltaron y me lo robaron junto con todo lo
que llevaba de valor, me golpearon en la cabeza y estuve varios días internado.
Por eso perdí el trabajo y ahora tengo una cita para ver si consigo algo”.
Llegó el colectivo, me senté en un asiento libre y ellos se
sentaron detrás, y siguieron su conversación en tono amable, que yo escuchaba
sin proponérmelo. El joven comentó: “Yo antes hacía eso con unos amigos,
robábamos por diversión y por ganancias fáciles, pero una vez golpeamos mal a
un hombre, le dimos un culatazo en la cabeza y lo dejamos tirado, casi se
murió. La policía investigó hasta que nos identificaron y nos detuvo. Dos años
me pasé en el correccional de menores y cuando cumplí los dieciocho me pasaron
a la cárcel, y ahora estoy con libertad condicional, pero aprendí, no más esa
vida.”
Se me cortó el aliento, por un momento un denso silencio,
luego siguieron su dialogo, el hombre mayor aconsejando y el joven escuchando,
como dos actores de un mismo drama.
¿Y yo? Descubriendo que acuno en mi interior fuertes
prejuicios aprendidos, pensando que el aspecto de una persona demuestra quien
es, y al parecer no es lo más cierto.
Iris Nelli - 2023
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