lunes, 30 de octubre de 2023

 

 

TESOROS

Mi jardín tiene diversas plantas,

alegres conejitos, coloridos malvones.

Brillan las suculentas orgullosas

y los cactus engreídos miran con desdén.

El apasionado y elegante laurel rojo

se va elevando muy de prisa, mientras,

la melancólica violeta de los Alpes,

observa silenciosa desde un rincón.

La hiedra tapizando un paredón mira envidioso

al jazmín de la lluvia que perfuma el otro.

La gran campanita fucsia se luce en la ventana,

el rosal amarillo que plantó mi madre y el rojo

que plantó mi amor, se acompañan cariñosos.

Y qué decir de la sufrida lavanda que soporta

con paciencia el frío y largo invierno

y que goza cuando las abejas liban

agradecidas de sus humildes bellas flores.

La hortensia me desconcierta con sus cambios,

un año se viste de azul y el siguiente de rosado,

de cualquier manera luce espectacular.

Pero hay una planta que es especial, que viajó

desde muy lejos en la mochila de mi hija

siendo apenas un pequeño gajo asustadizo

y hoy se alza altanera queriendo, irreverente,

alcanzar el cielo con sus brazos.

Me regala tantas flores maravillosas,

blancas, inmensas, incomparables,

que se abren majestuosas por las noches.

Me siento paciente a observarlas porque sé

que morirán por la mañana y ya no las veré.

Me quedarán las múltiples fotografías

que miraré con nostalgia cuando las extrañe.

                                         Ana María Muñoz -  2023



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