TESOROS
Mi jardín tiene diversas plantas,
alegres conejitos, coloridos
malvones.
Brillan las suculentas orgullosas
y los cactus engreídos miran con
desdén.
El apasionado y elegante laurel
rojo
se va elevando muy de prisa,
mientras,
la melancólica violeta de los
Alpes,
observa silenciosa desde un
rincón.
La hiedra tapizando un paredón
mira envidioso
al jazmín de la lluvia que perfuma
el otro.
La gran campanita fucsia se luce
en la ventana,
el rosal amarillo que plantó mi
madre y el rojo
que plantó mi amor, se acompañan
cariñosos.
Y qué decir de la sufrida lavanda
que soporta
con paciencia el frío y largo
invierno
y que goza cuando las abejas liban
agradecidas de sus humildes bellas
flores.
La hortensia me desconcierta con
sus cambios,
un año se viste de azul y el
siguiente de rosado,
de cualquier manera luce
espectacular.
Pero hay una planta que es
especial, que viajó
desde muy lejos en la mochila de
mi hija
siendo apenas un pequeño gajo
asustadizo
y hoy se alza altanera queriendo,
irreverente,
alcanzar el cielo con sus brazos.
Me regala tantas flores
maravillosas,
blancas, inmensas, incomparables,
que se abren majestuosas por las
noches.
Me siento paciente a observarlas
porque sé
que morirán por la mañana y ya no
las veré.
Me quedarán las múltiples
fotografías
que miraré con nostalgia cuando
las extrañe.
Ana María Muñoz - 2023
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