Crisol de razas
No sé, quizás hayan nacido, al
menos uno de ellos, a fines del siglo 19, porque yo los conocí cuando eran
mayores.
Según escuché alguna vez en la
familia, se trataba de una historia que nadie quería juzgar y que todos
aceptaban como muy natural.
Cuando Francisca tenía 16 años,
en una fiesta del pequeño pueblo en que vivía, vio por primera vez a Mohamed. Y
él la vio a ella, y la invitó a bailar.
La noche prolongaba la fiesta, y
los músicos no detenían sus manos ejecutando sus instrumentos. Apenas una pieza
concluía comenzaban con otra, o con la misma, pues al paisanaje no le
interesaba tanto la música sino la diversión.
Así que esta pareja disfrutó
largamente y al final, él le prometió que iría al día siguiente a pedirle a don
José el permiso para frecuentar su casa y para verla. Ella estaba rebosante de
felicidad, no así sus hermanos y hermanas.
Al día siguiente y tal como
prometiera, el joven se presentó en casa de don José López y Alcázar,
inmigrante español que se radicara en estas tierras con toda su familia,
huyendo de la guerra y el hambre, aunque sin renunciar a su patria ni sus
costumbres.
Ante el educado pedido del joven
Mohamed las mejillas del padre de familia se tiñeron de rojo, y conteniéndose
para no demostrar ira negó rotundamente toda posibilidad de cualquier relación
entre algún miembro de su familia y la del visitante, que eran libaneses.
Mohamed escuchó impasible el
corto discurso de don José, y contestó: “Como usted diga, señor, buenas
tardes.” Y girando sobre sus talones se marchó.
Pasaron seis años en los que
Francisca recibió muchas invitaciones a fiestas, y a las que asistía con
alegría, divirtiéndose mucho, y en las que encontró muchos pretendientes pero
ninguno de su agrado, según parecía.
Y llegó el día del cumpleaños de
Francisca, ella festejaba feliz con su familia, un cumpleaños especial pues ese
día cumplía su mayoría de edad.
Y también llegó un invitado muy
especial: Mohamed, llevando en brazos un enorme ramo de rosas, y una gran
sonrisa en su varonil rostro moreno. “Feliz cumpleaños, querida Francisca. Y
señor José, usted y toda su familia, como toda mi familia, estarán invitados a
nuestra boda, ya les diremos el día, cuando el Registro Civil nos dé fecha.
Como dije, los conocí cuando
nací, a mediados del siglo 20. Tenían un hijo y dos hijas, y eran muy felices
mis tíos abuelos, hasta el final de sus días.
Y en una tumba, en el cementerio
de la ciudad, hay una lápida con dos fotos, una de una mujer rubia, llamada
Francisca, y a su lado una cruz; y otra de un hombre moreno, llamado Mohamed, junto a una
medialuna y una estrella, y debajo de ambos recordatorios una frase, “Felices para siempre”.
Iris Nely - 2022
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