Cuento
EL
MANDATO
Daban las tres de la
madrugada cuando en la comisaría de Llanos Verdes recibían el llamado
desesperado del sereno del Banco Provincial, quien decía que lo habían
asaltado. Inmediatamente envían un patrullero con cuatro agentes y telefonean a
la comisaria Silvia González, linda mujer de mediana edad, que se vistió rápidamente y salió, no sin antes
dejar una nota para su hija que dormía tan profundamente que ni siquiera la
había despertado el sonido del teléfono.
A llegar al banco encontró a
todo el mundo en la mayor de las confusiones, puesto que no habían forzado nada
ni faltaba nada, y lo más extraño es que habían dejado en la bóveda una bolsa
con quinientos mil dólares.
Pasaban los días y por más
esfuerzos que se hicieron por esclarecer el hecho el enigma tenía cada vez más
interrogantes, por lo que la comisaria consultó a su viejo maestro, como ella
llamaba a su padrino, Ricardo Pereyra, detective jubilado de la policía, que a
sus ochenta y siete años conservaba intacta su agudeza y capacidad deductiva.
Éste, en como primera medida entrevistó a cada persona que aquella noche tuvo
alguna participación, desde el sereno hasta la comisaria, pidiéndoles que no
omitieran detalle aunque pareciera insignificante.
El sereno contó que al dar
las dos él acostumbra servirse un café que llevaba en un termo para
contrarrestar el sueño, cuando, esa noche, sintió en su nuca algo metálico y frío y una voz de hombre, que
no reconoció porque evidentemente era intencionalmente deformada, le indicaba
que obedeciera, y un segundo malhechor lo maniató sin decir palabra y lo
encerraron en una oficina. Una hora después logró soltarse y llamar a la
comisaría.
Los agentes que llegaron
primero declararon que nada había sido violentado y todo estaba cerrado normalmente.
El intendente del banco
asegura que nadie puede entrar al banco sin dos juegos de llaves que están en
manos de diferentes funcionarios.
La tesorera, Anabel López,
hija de la comisaria, informa que no se puede abrir la bóveda en siete minutos,
pues la acción de retardo es de quince, por lo que cuando atacaron al sereno
ese mecanismo ya estaba en marcha.
Guillermo Piotti, el
gerente, puso todo a disposición de la autoridad, por lo que Pereyra solicitó
todos los libros contables de los cien años de vida de la entidad, lo que hizo
pensar a algunos que el viejito chocheaba.
También el octogenario
consultó reiteradas veces los archivos del “Tiempo de los Llanos”, diario
local, buscando algún indicio.
Un mes y medio después del
llamativo atraco, el jubilado detective citó en la comisaría a todos los
involucrados, y una vez todos presentes desveló sus verdades:
“Aquí –dijo- estamos todos
los que de alguna manera somos responsables de lo sucedido, sólo falta uno, que
no vino porque está muerto”.
“Pero si nadie murió en el
asalto” –recordó en tono histérico la contadora.
“Por favor, les ruego que no
me interrumpan –solicitó el detective en tono solemne- cuando el banco cerró
dos personas simularon salir pero se quedaron adentro, esperaron hasta que
faltaran ocho minutos para las dos y accionaron el sistema de apertura del
tesoro, y a esa hora en punto redujeron y encerraron al sereno, atándolo de
modo que pudiera soltarse al poco tiempo.”
“Entonces los atracadores
son del personal del Banco” –dijo alarmada la comisaria.
“Así es mi hijita, y una de
ellas es Anabel, tu hija, y el otro es Guillermo, su novio”
Se armó un revuelo tan
grande que se tardó más de media hora en lograr escuchar a alguien en
particular. Silvia defendía a su hija diciendo que ella la vio profundamente
dormida la noche del suceso, a lo que su padrino le contestó que esa era su
coartada, no la realidad.
“Pero ellos lo hicieron por
mandato” –dijo el anciano.
Esto agregó más confusión a
la reunión, y cuando se logró algo de calma, con la lógica ansiedad de todos
por saber lo que Pereyra había descubierto, éste pudo proseguir con su relato:
“Hace muchos años este Banco
sufrió un atraco que nunca fue aclarado. Faltaron trescientos mil dólares que
se habían recibido para construir un hospital en Llanos Verdes y que, a causa
de esto nunca pudo hacerse.”
Y tras una larga pausa,
continuó:
“En un pueblo chico como
este algo se ponía en evidencia, alguien cambiaría su modo de vida, o se iría a
vivir a otro lugar, pero nada de esto sucedió. Entonces el doctor Luis Piotti,
promotor del proyecto del hospital viajó a la Capital y trató infructuosamente
de conseguir otra partida para construir el hospital, pero volvió con las manos
vacías.”
“Hace un mes que don Luis
murió, y todo el pueblo lo honró. He aquí la clave del asunto: le dio a su
nieto la responsabilidad de devolver el dinero que en 1939 él depositara en un
banco de la Capital, y que se han convertido con el tiempo en la importante
suma que Guillermo, con la complicidad de Anabel, ya que cada uno de ellos
posee una de las llaves necesarias para abrir el tesoro, introdujera allí de un
modo tan poco ortodoxo.”
Y ante el silencio de los presentes, agregó:
“Podemos decir que llegó el tiempo de construir el
hospital.”
Marta Ibáñez - 2006
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