viernes, 3 de noviembre de 2023

 

Cuento

 

EL MANDATO

Daban las tres de la madrugada cuando en la comisaría de Llanos Verdes recibían el llamado desesperado del sereno del Banco Provincial, quien decía que lo habían asaltado. Inmediatamente envían un patrullero con cuatro agentes y telefonean a la comisaria Silvia González, linda mujer de mediana edad, que  se vistió rápidamente y salió, no sin antes dejar una nota para su hija que dormía tan profundamente que ni siquiera la había despertado el sonido del teléfono.

A llegar al banco encontró a todo el mundo en la mayor de las confusiones, puesto que no habían forzado nada ni faltaba nada, y lo más extraño es que habían dejado en la bóveda una bolsa con quinientos mil dólares.

Pasaban los días y por más esfuerzos que se hicieron por esclarecer el hecho el enigma tenía cada vez más interrogantes, por lo que la comisaria consultó a su viejo maestro, como ella llamaba a su padrino, Ricardo Pereyra, detective jubilado de la policía, que a sus ochenta y siete años conservaba intacta su agudeza y capacidad deductiva. Éste, en como primera medida entrevistó a cada persona que aquella noche tuvo alguna participación, desde el sereno hasta la comisaria, pidiéndoles que no omitieran detalle aunque pareciera insignificante.

El sereno contó que al dar las dos él acostumbra servirse un café que llevaba en un termo para contrarrestar el sueño, cuando, esa noche, sintió en su nuca  algo metálico y frío y una voz de hombre, que no reconoció porque evidentemente era intencionalmente deformada, le indicaba que obedeciera, y un segundo malhechor lo maniató sin decir palabra y lo encerraron en una oficina. Una hora después logró soltarse y llamar a la comisaría.

Los agentes que llegaron primero declararon que nada había sido violentado y todo estaba cerrado normalmente.

El intendente del banco asegura que nadie puede entrar al banco sin dos juegos de llaves que están en manos de diferentes funcionarios.

La tesorera, Anabel López, hija de la comisaria, informa que no se puede abrir la bóveda en siete minutos, pues la acción de retardo es de quince, por lo que cuando atacaron al sereno ese mecanismo ya estaba en marcha.

Guillermo Piotti, el gerente, puso todo a disposición de la autoridad, por lo que Pereyra solicitó todos los libros contables de los cien años de vida de la entidad, lo que hizo pensar a algunos que el viejito chocheaba.

También el octogenario consultó reiteradas veces los archivos del “Tiempo de los Llanos”, diario local, buscando algún indicio.

Un mes y medio después del llamativo atraco, el jubilado detective citó en la comisaría a todos los involucrados, y una vez todos presentes desveló sus verdades:

“Aquí –dijo- estamos todos los que de alguna manera somos responsables de lo sucedido, sólo falta uno, que no vino porque está muerto”.

“Pero si nadie murió en el asalto” –recordó en tono histérico la contadora.

“Por favor, les ruego que no me interrumpan –solicitó el detective en tono solemne- cuando el banco cerró dos personas simularon salir pero se quedaron adentro, esperaron hasta que faltaran ocho minutos para las dos y accionaron el sistema de apertura del tesoro, y a esa hora en punto redujeron y encerraron al sereno, atándolo de modo que pudiera soltarse al poco tiempo.”

“Entonces los atracadores son del personal del Banco” –dijo alarmada la comisaria.

“Así es mi hijita, y una de ellas es Anabel, tu hija, y el otro es Guillermo, su novio”

Se armó un revuelo tan grande que se tardó más de media hora en lograr escuchar a alguien en particular. Silvia defendía a su hija diciendo que ella la vio profundamente dormida la noche del suceso, a lo que su padrino le contestó que esa era su coartada, no la realidad.

“Pero ellos lo hicieron por mandato” –dijo el anciano.

Esto agregó más confusión a la reunión, y cuando se logró algo de calma, con la lógica ansiedad de todos por saber lo que Pereyra había descubierto, éste pudo proseguir con su relato:

“Hace muchos años este Banco sufrió un atraco que nunca fue aclarado. Faltaron trescientos mil dólares que se habían recibido para construir un hospital en Llanos Verdes y que, a causa de esto nunca pudo hacerse.”

Y tras una larga pausa, continuó:

“En un pueblo chico como este algo se ponía en evidencia, alguien cambiaría su modo de vida, o se iría a vivir a otro lugar, pero nada de esto sucedió. Entonces el doctor Luis Piotti, promotor del proyecto del hospital viajó a la Capital y trató infructuosamente de conseguir otra partida para construir el hospital, pero volvió con las manos vacías.”

“Hace un mes que don Luis murió, y todo el pueblo lo honró. He aquí la clave del asunto: le dio a su nieto la responsabilidad de devolver el dinero que en 1939 él depositara en un banco de la Capital, y que se han convertido con el tiempo en la importante suma que Guillermo, con la complicidad de Anabel, ya que cada uno de ellos posee una de las llaves necesarias para abrir el tesoro, introdujera allí de un modo tan poco ortodoxo.”

Y ante el silencio de los presentes, agregó:

“Podemos decir que llegó el tiempo de construir el hospital.”

                       

                                               Marta Ibáñez - 2006




 

 

 

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