Teatro
EL
MANDATO
Personajes:
SILVIA GONZÁLEZ: comisaria, 45 años, linda.
AGENTE
DE POLICÍA: edad indefinida, desprolijo en el vestir.
RICARDO
PEREYRA: 80 años, detective jubilado.
GENEROSO
PIOTTI: 30 años, gerente del banco y novio de Amable
AMABLE
LÓPEZ: 25 años, tesorera del banco, hija de la comisada y novia de Generoso
PACÍFICO
OTERO: 40 años, sereno del banco.
La acción transcurre en una desordenada
oficina, con armarios atiborrados de expedientes y un escritorio con montañas
de carpetas y papeles, un termo, un mate, una bandeja de cartón con algunas
masitas, más un espejo y un frasquito de esmalte. SILVIA GONZÁLEZ
una mujer de 45 años, linda y bien arreglada a pesar de vestir uniforme con
rango de comisario, habla fuerte mientras se pinta una uña que mira sin
atenderla demasiado, mordisquea una masita, camina unos pasos, se sirve un mate
que lleva en su mano, camina de un lado a otro en su monólogo, mientras un
AGENTE DE POLICÍA la escucha.
SILVIA GONZÁLEZ: (enarbolando
una media luna en su mano derecha mientras da vueltas por el escenario) A
ver, revisemos nuevamente: ¿Qué se nos está escapando? A ver, agente, escúcheme
y dígame si algo no encaja. A las tres de la madrugada el agente de guardia, en
ese caso usted, recibe el llamado desesperado del sereno del Banco Nuevo
diciendo que lo han asaltado. ¿Voy bien?
AGENTE
DE POLICÍA: (asiente sin decir nada)
SILVIA
GONZÁLEZ: (se mira al espejo de ambos
lados de la cara y apoyándolo bruscamente sobre el escritorio vuelve a pasearse
por el escenario) Usted envía inmediatamente un patrullero al Banco y me
informa por teléfono, y manda otro móvil a buscarme. Yo me visto, le dejo una
nota en la mesita de luz a mi hija y me voy en el auto policial que me lleva
derecho al Banco. Allí todo el mundo habla al mismo tiempo: no han forzado
nada, pero sí han maniatado al sereno, y en vez de robarse algo han dejado
dentro de la bóveda una bolsa con
doscientos cincuenta mil dólares. ¿Los hechos sucedieron como lo estoy
diciendo?
AGENTE
DE POLICÍA: (Asiente sin decir nada.)
SILVIA
GONZÁLEZ: (Deteniéndose bruscamente y
señalando al agente con dedo acusador) ¿Y que he tenido que hacer? Recurrir
a la experiencia de mi viejo maestro Ricardo Pereyra, quien me hizo enamorar de
esta profesión, para que me ayude en el esclarecimiento de este misterio,
porque yo me siento impotente, y todos mis subalternos son incapaces de
encontrar un elefante en una bañadera, así que veremos que tiene para decirme
mi padrino, que ya debe estar por llegar. Vaya no más, agente, y avíseme cuando
llegue mi querido Ricardo.
Sale el agente del escenario por una
puerta del decorado y la comisaria queda sola, se pinta las uñas, se mira al
espejo y vuelve a pasearse impaciente hasta que la puerta se abre y el agente
se asoma.
AGENTE
DE POLICÍA: (abriendo la puerta desde
afuera y con tono marcial anuncia) ¡Llegó el detective Pereyra, mi comisaria!
SILVIA
GONZÁLEZ: (Moviéndose diligente hacia la
puerta) ¡Que pase! ¡Que pase! ¡Adelante, padrino! (Y al agente) Vaya no más, agente. Lo
llamo si lo necesito. (Besa al recién llegado a modo de saludo y con
impaciencia pregunta) ¿Descubrió algo? ¡Por favor, dígame que sí!
RICARDO
PAREYRA: (sentándose con dificultad en
una silla) Bueno, m´ija, lo primero que hice fue entrevistar a todo el
mundo que tuvo algo que ver esa noche, comenzando por Pacífico Otero, el
sereno, que me dio la pista de lo sucedido pero no el motivo de tan extraño
suceso. Me contó que al dar las dos se sirvió un café como acostumbra hacer
para no quedarse dormido, y en ese momento sintió que lo amenazaban con un arma
en la nuca y una voz visiblemente deformada le ordenaba que se sentara y el
otro malhechor lo maniató en silencio y lo dejaron encerrado. Una hora después
logró soltarse y salir pero ya no había nadie.
SILVIA
GONZÁLEZ: (con tono y gestos impacientes)
¿Pero quién fue, padrino? ¿Lo descubrió?
¡Por favor, dígame! ¡No me deje con esta incertidumbre!
RICARDO
PAREYRA: (Con gesto conciliador)
¡Cálmese, pues m´ijita, que todo se va a saber a su tiempo! Haga venir a todos los que estuvieron
involucrados esa noche, al sereno, al gerente del banco y a la tesorera. Cuando
estemos todos se lo voy a decir.
SILVIA
GONZÁLEZ: (abriendo la puerta del
decorado) Agente, llame a mi hija, a Piotti y a Otero, los necesito a todos
aquí en menos de 20 minutos.
AGENTE
DE POLICÍA: (desde afuera) ¡Sí mi
comisaria, a la orden! (Se lo escucha tomar el teléfono y citar a
las tres personas para que se presenten en forma inmediata) Hola, ¿con el Banco Nuevo? De la
comisaría, Señorita, dígales al sereno, al gerente y a la tesorera que se
presenten a la mayor brevedad posible en la comisaría que la comisaria los está
esperando
SILVIA
GONZÁLEZ: (nerviosa y algo histérica)
¡Ay, padrino, de veras que estoy muy intrigada con todo, por favor, dígame si
lo descubrió!
RICARDO
PAREYRA: (Con una risita sarcástica)
Ya le dije que se calme, que todo se va a aclarar a su tiempo.
Se abre la puerta y el agente hace pasar
a las tres personas citadas.
AMABLE LÓPEZ: (con
gesto de desconfianza) ¡Hola tío! ¡Hola mamá! ¿De qué se trata todo esto?
GENEROSO
PIOTTI: (algo intranquilo) Buenas
tardes ¿Hay buenas noticias?
PACÍFICO
OTERO (indiferente) Buenas tardes.
:
SILVIA
GONZÁLEZ: Pasen y siéntense, que el detective Pereyra nos tiene noticias y
quiere que todos las oigamos. (Y
dirigiéndose al anciano) ¡Por favor, díganos!
RICARDO
PAREYRA: (se pone de pie con dificultad y comienza a hablar con solemnidad)
Ustedes saben que en estos cuarenta y cinco días me he dedicado a investigar,
los he interrogado varias veces, he leído los libros contables del banco desde
que se fundó y he revisado todas las noticias importantes del diario local
desde que se creó hasta la fecha. (Hace
una larga pausa mientras se pasea de un lado a otro, incómodo por lo que tiene
que decir)
SILVIA GONZÁLEZ: (Al borde de la histeria) ¡Por favor, señor! ¡No nos haga esperar
más!
RICARDO
PAREYRA: (Muy serio) Los agentes
comprobaron que nada había sido violentado y que todo se cerró normalmente. El
Intendente del Banco asegura que nadie puede ingresar sin dos juegos de llaves,
que están en manos de distintas personas. La tesorera dice que el tesoro no
puede abrirse en siete minutos porque la acción de retardo está programada en
quince, lo que indica que cuando atacaron al sereno el mecanismo ya se había
puesto en marcha. Por lo tanto, aquí estamos todos los que de alguna manera somos
responsables de lo sucedido, sólo falta uno, el verdadero culpable, porque está
muerto.
AMABLE
LÓPEZ: (con voz aflautada por la
emoción) ¿Qué? ¡Pero si nadie murió en el asalto!
RICARDO
PAREYRA: (con tono imperativo) Por
favor, les ruego que no me interrumpan. Cuando el banco se cerró, dos personas
simularon salir pero se quedaron adentro, esperaron hasta que faltaran ocho
minutos para las dos de la madrugada y accionaron la apertura del tesoro, y a
las dos en punto redujeron y encerraron al sereno, atándolo de modo que pudiera
soltarse al poco tiempo.
SILVIA
GONZÁLEZ: Entonces los atracadores son del personal del Banco.
RICARDO
PAREYRA: Así es, m´ijita, y una de ellas es Amable, tu hija, y el otro es
Generoso, su novio. (Se desata una gran
confusión donde todos hablan al mismo tiempo, se levantan de sus sillas y tarda
en volver el orden) Pero ellos lo hicieron por mandato.
SILVIA
GONZÁLEZ: (extremadamente angustiada)
¡No puede ser, mi hija dormía profundamente cuando la policía me llamó!
RICARDO
PAREYRA: (mirando fijamente a la
contadora) Esa era su coartada, en
realidad recién se acostaba.
SILVIA
GONZÁLEZ: (a punto de desmayarse, se
apoya sobre el escritorio) ¿Cómo es eso? ¡Acláremelo, por favor, padrino!
RICARDO
PAREYRA: (con parsimonia como quien
cuenta un cuento) Hace muchos años, este Banco sufrió un atraco que nadie
pudo aclarar, faltaron 90.000 dólares que se habían recibido para construir un
hospital en Llanos Verdes y que, a causa de esto, nunca se pudo hacer. En un
pueblo chico como éste algo se ponía en evidencia, alguien cambiaría su modo de
vida o se iría a vivir a otro lugar, pero nada de eso sucedió. Entonces el
doctor Luis Piotti, promotor del proyecto del hospital viajó a la Capital y
trató infructuosamente de conseguir otra partida para hacer el hospital, pero
volvió con las manos vacías. Hace un mes que Don Luis murió, y todo el pueblo
lo honró. He aquí la clave del asunto: le dio a su nieto el mandato de devolver
el dinero que en 1929 él depositara en un banco de la Capital, y que se han
convertido con el tiempo en los 250.000 que Generoso, con la complicidad
necesaria de Amable, ya que cada uno poseía una de las dos llaves para abrir el
tesoro, han introducido en el Banco de
un modo poco ortodoxo.
SILVIA
GONZÁLEZ: (desplomándose en una silla con
un suspiro) ¡Dios mío, quien lo hubiera imaginado!
Silencio en todos los presentes durante
varios segundos.
RICARDO
PAREYRA: (con una sonrisa y tono de
alegría) ¡Podemos decir que llegó el tiempo de construir el hospital!
Cae el telón.
Marta Ibáñez
– 2011
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