LOS MIGRANTES
La joven se acurrucó en el fondo de la barcaza tratando de
moverse lo menos posible.
Se apoyó en un par de pies descalzos y sucios, probablemente
de un hombre, sin atreverse a mirar hacia arriba para buscar su dueño.
Era de noche, todo se perdía entre las estrellas fugaces de
la esperanza. La barcaza se movía como inventando pasos de una danza antigua.
Visualizó la luna, que divide la realidad de la imaginación,
pero en su situación ya nada le interesaba.
Entumecida por el frío de la noche y el agua que la
salpicaba, Uma esperaba el día como se espera a un dios redentor.
La muerte andaba suelta y al acecho en la barca.
Amaneció, el hombre se movió y sintió sus pies tibios. En
ese momento la barcaza se inclinó peligrosamente y por un momento eterno les
pareció que todos quedarían sepultados para siempre en esa tumba de agua.
Nadie se movió, eran muchos, y ellos lo sabían, nadie gritó.
El hombre, Rumo, alcanzó a ver la cara de ella. La
reconoció. Estiró los brazos hasta su cara, ella adormilada, estaba soñando con
él. La alzó en sus brazos. Les tomó un instante comprender que en verdad
estaban juntos; y ya no necesitaban soñarlo.
Vine a buscarte Uma - dijo Rumo en su lengua antigua.
Uma sabía que tendrían una vida dura y con peligros, pero
ella estaba acostumbrada a la miseria. Sonrió y se abrazaron.
Clara Molina - 2023
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