Cuento
Santi y la
estatua
Todos los días se juntaban, unos estudiantes de secundaria,
en la plaza San Martín, a la salida de clases.
Entre los adolescentes se destacaba Santi, un chico robusto,
de mirada penetrante y de melena revuelta, por su carisma. Era una especie de
líder.
Siempre se le ocurrían ideas un poco locas y sus compañeros
le seguían la corriente.
Un día estaba sentado en la plaza, solo, mientras esperaba a
sus amigos. Había faltado a clases porque no había estudiado para la prueba de
química. Preferiría tener una falta más y no una mala nota.
Un tanto aburrido, se puso a observar el monumento que está
en el centro de la plaza.
Es realmente imponente. Tiene una altura importante. Arriba
de un monte de piedra está la estatua del General San Martín, montado sobre un
caballo cuyas patas delanteras están elevadas. El prócer tiene su brazo derecho
extendido, señalando con el dedo índice vaya a saber uno qué.
Santi trató de imaginar las batallas de esos tiempos históricos.
Se preguntó si le hubiera gustado ser parte de la gesta libertadora y luchar
como un valiente soldado. Él que nunca había andado a caballo, ni siquiera
estuvo cerca de alguno.
Mientras divagaba en su fantasía, algo le llamó la atención.
Le pareció que el caballo de bronce había movido la cola.
Se restregó los ojos, incrédulo, pero el movimiento seguía.
Los cerró con fuerza, dejó pasar unos segundos y al abrirlos vio que el animal
giró la cabeza, después de emitir un relincho.
De pronto, el General San Martin inclinó un poco su cabeza y
le clavó la mirada.
Santi comenzó a transpirar. Encendió un cigarrillo con mano
temblorosa -¿Qué me pasa?- se preguntó angustiado- ¿Por qué estoy viendo esto?
Miró a su alrededor. La gente circulaba por la plaza normalmente.
Nadie parecía sorprendido. Solo él presenciaba el extraño acontecimiento.
Volvió a mirar la imponente escultura de bronce, opacada por
el paso del tiempo. Los movimientos continuaron. El corcel había bajado una
pata y el brazo del prócer señalaba en otra dirección.
Santi estaba petrificado, como si él mismo se hubiese
convertido en una estatua. En ese instante sintió algo frío en su rostro. Era
el agua con que su amigo Beto le salpicaba en la cara.
-¡Despertate loco!- le dijo riéndose mientras pateaba, sin
querer, dos latas de cerveza vacías, que estaban junto al banco.
-¡¿Cómo te vas a quedar dormido así, loco?!- exclamó Beto,
todavía tentado de risa. Santi, todavía impactado por los sucesos vividos,
abrió los ojos apenas por temor a lo que podía volver a ver.
No se animó a contarlo. Tenía miedo de quedar en ridículo.
No les quería dar texto para la joda a sus compañeros. Corría el riesgo de
perder su liderazgo.
Se fueron pegándose en broma, riendo escandalosamente, como
hace todo adolescente, inmersos en el instante siguiente.
Sin embargo, Santi le echó una última mirada a la estatua. Y
el General San Martín, muy circunspecto, le hizo un gesto de saludo con su
brazo de bronce.
Nela Bodoc - 2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario