Novela
Era una casa de estilo antiguo, de paredes color crema con líneas bordó simulando ladrillos, y de grandes ventanales. Se veía imponente desde la plazoleta en la que jugaba todos los días con la chiquillada del barrio. Todas las casas alrededor eran normales, todos sus moradores se conocían y algunas albergaban tiendas: la librería, la heladería, el almacén de Doña Guadalupe, la ferretería del “Chino” y las revisterías que se apoyaban en la pared colindante a la misteriosa casona.
Nos causaba mucha curiosidad, porque cuando acabábamos de jugar, ya al atardecer, no se prendían las luces como en las demás. Esta particularidad daba paso a que especuláramos sobre si estaba abandonada, o si habría temibles fantasmas. Pasábamos por ahí diariamente y no podíamos evitar el mirarla de reojo e inconscientemente apurar el paso.
Un día, mientras estábamos leyendo nuestras revistas favoritas, escuchamos el crujir de la reja y vimos salir a una mujer y un hombre. Eran mayores, iban muy bien vestidos y del brazo. La elegante pareja tomó un taxi y pasó por nuestro lado sin advertirnos siquiera. Nos miramos y, al menos una de nuestras dudas, estaba resuelta. En la curiosa casa, sí vivía alguien.
Nos propusimos averiguar, con nuestros padres, más sobre esos personajes que habitaban la famosa casa de la esquina del parque.
En la próxima reunión vespertina, cada compañero informó lo que sabía: eran unos ricachones, no se juntaban mucho con los vecinos, eran de origen turco y tenían una tienda de adornos y vajillas en una calle muy importante de la ciudad, la Calle Comercio; la tienda se llamaba “El Gran Poder”; tenían tres hijos: Vicente, Humberto y José; Vicente era médico, Humberto era amigo de mi tío Roberto y José era el menor que vivía con sus padres.
Habíamos acumulado bastante información. Por mi parte, mamá me contó que eran muy simpáticos y que si no los veíamos era porque nuestro horario infantil, de colegio y de juegos, no coincidía con sus actividades de familia comerciante y de gente mayor. Le conté de nuestras fantasías acerca de su amedrentadora y fantasmagórica mansión. Largó una cantarina carcajada y me dijo que esa Navidad que se acercaba, nos habían invitado a tomar un chocolate junto a mis tíos y primos.
Claramente mi historia fue la más cercana y resolvió todas nuestros interrogantes. Todos quedamos impacientes a que llegara el día de la invitación y que les contara cómo era todo por dentro.
Cinco días antes de las fiestas de ese año, en el día señalado, mi familia y yo nos alistamos para ir de visita a lo de “los Zogbi”. Me sentía nerviosa y expectante. Todo lo imaginado se convertiría en algo real
Atravesé la reja verde de la mano de mi madre. Nos
recibió una señora mayor de pollera, nos condujo a la entrada principal. La puerta
entreabierta me permitía ver la sala de recepción.
Entramos y me sobrecogió la altura de los techos, la gran lámpara de gotas de vidrio y con muchos focos, un espejo enorme biselado y con un labrado marco de madera. El espejo devolvió mi imagen y me sentí muy pequeña en ese espacio tan grande.
Tal vez no me impresionó tanto como debía. La había imaginado tantas veces, oscura, intimidante, que esperaba algo más tétrico, de cuento de terror.
Apareció Doña María, la señora elegante, con una dulce
sonrisa y nos invitó a pasar, luego nos ofreció dar un paseo para conocer su
hogar…
Elisa Alzerreca – Nº 9