lunes, 14 de septiembre de 2020

 

Amiga…

En los espacios más dispares nos fuimos reencontrando.

En la nave espacial que piloteábamos en el árbol, tardes eternas llenas de espacios siderales.

En la oscura habitación en la que nos buscábamos, riendo y soñando en el laberinto en el que nos dejábamos arrastrar sin ninguna prisa por encontrar la salida.

En la expedición dominguera hacia el cerro más alto, a la que nos disponíamos con una canasta llena de manjares e ilusiones de conexión con nuestras más profundas certezas.

En la tibieza de las lágrimas caídas, generadas por el dolor que nos producían las desilusiones de los primeros amores.

En el humo juguetón de traspasar los límites de lo permitido, para sumergirnos en las infinitas aguas del mundo adulto.

En las escapadas hacia el encuentro de quienes éramos, sintiendo la complicidad de estar yendo hacia el desierto dulce de lo desconocido.

En las lunas vestidas de falda, refugio seguro del alma, en la que las cartas se hacían presentes convocando la mística conciencia de algo que nos trasciende y nos conecta más allá de toda lógica.

En el sol que enciende nuestro espíritu y nos guía desde su centro dándonos dirección para descalzarnos seguras en el pasto suave de lo eterno.

En la enseñanza compartida aprendiendo y enseñando, todo junto y alternado, alentándonos a seguir andando, siempre seguras de que habrá una mano, una sonrisa, un abrazo, un consejo, una flor, un color.

En la confianza plena de que la dantesca danza de la vida es más re confortable cuando estamos juntas.

Ariadna - 2020

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