Amiga…
En los espacios más dispares
nos fuimos reencontrando.
En la nave espacial que
piloteábamos en el árbol, tardes eternas llenas de espacios siderales.
En la oscura habitación en
la que nos buscábamos, riendo y soñando en el laberinto en el que nos dejábamos
arrastrar sin ninguna prisa por encontrar la salida.
En la expedición dominguera
hacia el cerro más alto, a la que nos disponíamos con una canasta llena de
manjares e ilusiones de conexión con nuestras más profundas certezas.
En la tibieza de las
lágrimas caídas, generadas por el dolor que nos producían las desilusiones de
los primeros amores.
En el humo juguetón de
traspasar los límites de lo permitido, para sumergirnos en las infinitas aguas
del mundo adulto.
En las escapadas hacia el
encuentro de quienes éramos, sintiendo la complicidad de estar yendo hacia el
desierto dulce de lo desconocido.
En las lunas vestidas de
falda, refugio seguro del alma, en la que las cartas se hacían presentes
convocando la mística conciencia de algo que nos trasciende y nos conecta más allá
de toda lógica.
En el sol que enciende
nuestro espíritu y nos guía desde su centro dándonos dirección para descalzarnos
seguras en el pasto suave de lo eterno.
En la enseñanza compartida
aprendiendo y enseñando, todo junto y alternado, alentándonos a seguir andando,
siempre seguras de que habrá una mano, una sonrisa, un abrazo, un consejo, una
flor, un color.
En la confianza plena de que
la dantesca danza de la vida es más re confortable cuando estamos juntas.
Ariadna - 2020
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