miércoles, 16 de septiembre de 2020

 

La Lechera

 

Ella aparecía en las tardes. Era ya viejita, o por lo menos yo la veía así con mis 9 años. La carretela era, seguro, más vieja que ella. Llevaba la leche en unos botes de vidrio acomodados en cajones.

 

Nos dejaba la leche y nos permitía subir a su carreta -Nos vamos con la tía Petrona -era el aviso a modo de permiso que le gritaba a mi madre. Allí subía con mi amigo, el Santo, y le ayudábamos a terminar con el reparto de leche en el barrio. Qué placer era mirar todo desde arriba. Conducir el carro tirado por ese caballo que no entendía nuestras órdenes, pues él ya sabía por dónde tenía que ir y adónde tenía que parar.

 

Nuestra discusión era a quien le tocaba manejar y quien se bajaba a dejar la leche. El viaje duraba una hora. Luego del reparto en el Pueblo Soto seguíamos hasta el canal Cerrito. Ahí la tía volvía para su casa, por la Rawson hacia el norte, que en ese entonces era una huella de piedras.

 

Pasábamos El Salto y unos trescientos metros más allá nos bajábamos. –Acá se termina el viaje- nos decía la tía Petrona- me pagan y se vuelven. La paga era un beso que ella agradecía con el brillo de sus ojos.

 

Siempre nos bajábamos  en el mismo lugar y desde allí caminábamos de vuelta hasta la casa, silbando y  tirando piedras. En esos momentos nos sentíamos los niños más afortunados, mirábamos el sol que ya comenzaba a perderse por el oeste atrás de las montañas y apurábamos el paso. Habíamos cumplido nuestra jornada laboral y llegábamos a la casa reclamando una taza de yerbeado con pan y dulce.

 

¡Cuántas veces hice ese viaje! No recuerdo muy bien, fueron muchas. Hasta ayer, que hice el mismo recorrido, me bajé en el mismo lugar de siempre. Cuando quise volver estaba solo, mi amigo ya no estaba, la calle ya no era de piedras. Me tuve que correr porque venían autos muy apurados. Ya atardecía. Cuando levanté la vista hacia el Oeste para ver el sol descubrí  varias casas que tapan un poco el atardecer. Me llevé la mano al rostro y descubrí algo de barba.

 

Me detuve, observé nuevamente. Una de las casas que no me permitían ver bien el sol, era la mía.

 

¡Cómo llegué aquí! ¡Cuándo dejé de ser niño! ¡Por qué elegí este lugar para hacer mi casa!

 

Siento el ruido de las ruedas de la carreta y el trote cansino del caballo sobre la calle de piedra. Yo me bajo aquí tía - hasta aquí era mi viaje.

 

 Tatalo - 2020

 

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