La Lechera
Ella aparecía en las tardes. Era ya
viejita, o por lo menos yo la veía así con mis 9 años. La carretela era,
seguro, más vieja que ella. Llevaba la leche en unos botes de vidrio acomodados
en cajones.
Nos dejaba la leche y nos permitía subir
a su carreta -Nos vamos con la tía
Petrona -era el aviso a modo de permiso que le gritaba a mi madre. Allí
subía con mi amigo, el Santo, y le ayudábamos a terminar con el reparto de
leche en el barrio. Qué placer era mirar todo desde arriba. Conducir el carro
tirado por ese caballo que no entendía nuestras órdenes, pues él ya sabía por
dónde tenía que ir y adónde tenía que parar.
Nuestra discusión era a quien le tocaba
manejar y quien se bajaba a dejar la leche. El viaje duraba una hora. Luego del
reparto en el Pueblo Soto seguíamos hasta el canal Cerrito. Ahí la tía volvía
para su casa, por la Rawson hacia el norte, que en ese entonces era una huella
de piedras.
Pasábamos El Salto y unos trescientos
metros más allá nos bajábamos. –Acá se
termina el viaje- nos decía la tía Petrona- me pagan y se vuelven. La paga era un beso que ella agradecía con
el brillo de sus ojos.
Siempre nos bajábamos en el mismo lugar y desde allí caminábamos de
vuelta hasta la casa, silbando y tirando
piedras. En esos momentos nos sentíamos los niños más afortunados, mirábamos el
sol que ya comenzaba a perderse por el oeste atrás de las montañas y apurábamos
el paso. Habíamos cumplido nuestra jornada laboral y llegábamos a la casa
reclamando una taza de yerbeado con pan y dulce.
¡Cuántas veces hice ese viaje! No recuerdo
muy bien, fueron muchas. Hasta ayer, que hice el mismo recorrido, me bajé en el
mismo lugar de siempre. Cuando quise volver estaba solo, mi amigo ya no estaba,
la calle ya no era de piedras. Me tuve que correr porque venían autos muy
apurados. Ya atardecía. Cuando levanté la vista hacia el Oeste para ver el sol
descubrí varias casas que tapan un poco
el atardecer. Me llevé la mano al rostro y descubrí algo de barba.
Me detuve, observé nuevamente. Una de
las casas que no me permitían ver bien el sol, era la mía.
¡Cómo llegué aquí! ¡Cuándo dejé de ser
niño! ¡Por qué elegí este lugar para hacer mi casa!
Siento el ruido de las ruedas de la
carreta y el trote cansino del caballo sobre la calle de piedra. Yo me bajo aquí tía - hasta aquí era mi
viaje.
Tatalo - 2020
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